Capítulo 33: Escarpes

Mis tíos del pueblo son… peculiares.

Se suponía que tenían que venirme a buscar a la parada del autobús pero aquí no hay nadie y en el teléfono no contestan.
-Los mato.
Menos mal que me he cogido la mochila en lugar de la maleta porque me toca patear un par de kilómetros hasta llegar a su casa, los que separan la carretera del pueblo.
Por el camino veo monte, naturaleza, oigo el río y los pajarillos y esas cosas que se supone que me tienen que desestresar pero que a la una de la tarde en pleno mes de junio como que no apetece.
Antes de llegar al pueblo, el camino se estrecha y el monte se me echa encima. Sé que este pueblo está asentado en una falla y que este camino desaparecerá algún día bajo el desprendimiento del monte por el temblor de la tierra. Pero también sé que los lugareños quitarán las piedras y volverán a abrir el camino porque lo han hecho otras veces en el pasado.
Eso si para entonces quedan personas viviendo aquí.
Me recorre un escalofrío mientras camino bajo la sombra del monte y me maldigo por no haber bajado por la carretera.
-Eres gilipollas, Nico, tampoco habrá tanto coche en este pueblo como para que te atropellen en la carretera.
Entro al pueblo y no se ve ni un alma. Únicamente dos abuelos rumiando bajo un árbol.
-¿Dónde vas, chica? -me preguntan con descaro.
-A casa de mis tíos.
-¿Y quiénes son?
-Soy la nieta de la Felisa, hija de Manolo.
Los hombres se quedan satisfechos con la respuesta y me dejan marcar.
-Ya darás recuerdos.
Alcanzo la casa de mis tíos y abro la puerta. Cosas de los pueblos: nunca cierran las puertas de las casas.
Dejo la mochila en la entrada y me sacudo un poco el polvo y el sudor mientras me dirijo a la cocina. El olor de la casa me transporta a mi niñez. Una niñez que apenas recuerdo salvo por cuatro o cinco detalles. Entre ellos, ese olor mezcla de cerrado, sardinas en conserva y flores frescas.
A mis tíos se les cae la cuchara al plato cuando me ven bajo el umbral de la cocina.
-¿Y tú qué haces aquí? -pregunta mi tía.
-Me quedo unos días. ¿No os avisó mi padre?
Las comunicaciones en mi casa nunca han sido muy fluidas así que tampoco le doy mayor importancia.
-Sí, nos avisó, pero nos dijo que vendrías en julio.
-Pues no -les digo mientras me echo un poco de agua en un vaso. -Es en junio. Con ene.
-¡Ves! -le dice mi tía a mi tío pegándole un manotazo en el brazo. -Te he dicho mil veces que vayas al médico de los sordos.
-Otorrino -apunto.
-¿Qué? -preguntan al unísono.
Hago un gesto con la mano para restarle importancia.
-Bueno, ¿qué? ¿No me dais de comer?
En la sobremesa, mis tíos me dan, por fin, la bienvenida.
-Así que eres bollera, ¿eh? -suelta mi tío.
Mi tía le da un manotazo y le corrige.
-Jesús, te mato. Se dice lesbiana. Y un poco de delicadeza, por favor.
Yo no puedo evitar reirme.
-Pues fíjate. Yo creo que tu primo, el que está en Barcelona, es bujarra.
-¡Jesús, que se dice homosexual, coñe!
-Eh, que por mi bien, ¿sabes? Ahora hay más libertad y esas cosas.
Mi tía Carmen le mira esperado saltar de nuevo a corregir el tono de mi tío.
-¿Por qué crees que lo es?
-Bueno, siempre ha sido un poco afeminado, no nos ha traído novia…
-¿Pero a quién va a traer a este pueblo casi muerto? -se pregunta mi tía.
Me inclino hacia ellos. Nunca he tenido vergüenza a hablarles. Quizá porque apenas les veo o porque siempre han sido unos cachondos.
-Eso no significa nada. He visto cosas que jamás imaginarías. He visto hombres que se identifican como lesbianas. Mujeres que quieren ser varones. Personas que luchan cada día porque no se les encaje en un sexo, en un género o en una sexualidad.
Los dos se miran confusos.
-Pero, entonces… ¿qué son? -preguntan al unísono.
-Ya os lo he dicho. Personas.
Después de una siesta reparadora, decido dar un paseo por la casa. Cruzo el jardín (aunque llamar jardín a ese compendio de matojos y flores silvestres es generoso) y acabo en el cobertizo. Veo las partículas de polvo en suspensión a través de la luz que entra entre los maderos que forman las paredes. Recuerdo pasar muchas horas allí. Miento. No es un recuerdo; es un sentimiento porque no me viene a la cabeza algo concreto pero sí a la piel, al pecho. Una sensación de seguridad y de cariño. Repaso con la yema de los dedos los muebles y trastos viejos que acumulan polvo.
Una cosa llama mi atención al fondo: una sábana mugrienta tapa algo de gran volumen. Tiro de ella y descubro una vieja moto. En el tanque de la gasolina pone Triumph.
-La novia de tu padre. Antes de tu madre, claro -dice a mis espaldas mi tío que no sé cuánto rato ha estado observándome.
-¿Puedo…? -pregunto señalando al pedal.
-No te molestes. No funciona. Ya lo he intentado yo.
-¿Tiene alguna avería?
-No, todo está en orden. Hasta tiene un poco de gasolina, pero nada.
Se me ilumina la cara.
-Si consigo arrancarla, me doy una vuelta -le propongo.
Mi tío se encoge de hombros seguro de que no lo lograré.
Piso el pedal con fuerza pero la moto no reacciona.
-Tres intentos, ¿vale?
Lo vuelvo a intentar, pero nada.
-No te molestes… -dice mi tío.
Haciendo oídos sordos, pego un brinco y vuelco todo mi peso sobre el pedal. La moto empieza a rugir y a mi me sale una carcajada. Le pido permiso a mi tío que asiente.
-Ten cuidado. Tu padre me mataría. Por la moto, claro.
Despacio, salgo del cobertizo. Mi tío me abre la puerta de carros y salgo a la calle.
-¡Espera!
Corre hacia el cobertizo y sale con un casco tan viejo como la moto al que le quita un poco de polvo con su camiseta. Me lo ofrece y me ayuda a ajustarme la correa.
-Lista -dice golpeándome en la cabeza.
Sobre la moto, el aire se me cuela entre mi camisa y la piel y es la mejor sensación que he vivido en mucho tiempo.
Paso al lado de los abuelos que pasan las horas a la sombra y les saludo con la cabeza. Ellos me devuelven el saludo sin estar muy seguros de a quién.
Salgo del pueblo por el camino. Levanto polvo aunque no voy muy rápido. No se lo he confesado a mi tío pero jamás he conducido una moto en campo abierto. Ni siquiera sé si con el carné de conducir que tengo me vale para conducir una de estas. Lo dudo porque es bastante potente.
Estoy sumida en los pensamientos contradictorios que me genera violentar de esta manera la ley cuando oigo lo que parece ser una voz a lo lejos.
Miro por el retrovisor. Acabo de dejar atrás el escarpado sobre el puente por el que he pasado hace unas pocas horas con la mochila a cuestas, ese que temía que se me echara encima en cualquier momento. Percibo a lo lejos, haciéndose cada vez más pequeña en el espejo, una figura humana que mueve los brazos.
Freno y apoyo un pie en el suelo para girarme. La figura parece que grita algo pero su voz no me llega a través del casco. Me lo quito. Ahora me llega. Es una voz femenina y me está insultando.
Con maniobras un poco aparatosas, pongo la moto en dirección contraria y me dirijo hacia ella. ¿Lo hubiera hecho si la voz hubiese sido de tío? Obviamente, no.
Conforme me acerco, veo a una chica alta y fuerte. Glups. Tiene un arnés en la cintura y me espera con aire chulesco a que llegue a su altura. Tiene pinta de no superar los veinte años.
-¿Ocurre algo? -le pregunto cuando me quito el casco.
-Que me has asustado con ese ruido infernal. Casi me pego una hostia -dice señalando al escarpe.
-Lo lamento mucho -le digo con fingido tono victoriano. He venido a divertirme. -Pero no veo la manera de solucionar esto: yo no voy a dejar de pasear con la moto y estoy segura de que tú vas a seguir viniendo a escalar.
Ella tuerce la cabeza a un lado y ahí la tengo de nuevo: la mirada del mono babuino de culo pelado.
-¿Quién eres? -dispara.
-Me llamo Nico. ¿Y tú?
-Paula -me dice como si mascara chicle. -Nico es nombre de tío.
-Encantada, Paula.
A pesar de las presentaciones, no deja de mirarme extraño.
-¿Y qué haces aquí?
-He venido a pasar unos días.
-No mientas. Aquí nadie viene a pasar los días. Esto es un rollo. A ti te han castigado.
Abro los ojos de par en par. Aunque no lo había visto de esa manera puede que esto sí sea un castigo.
-¿Por qué te han castigado, a ver?
Pienso un momento. Podría ponerme el casco y pirarme de ahí ya que no tengo que darle explicaciones a una desconocida, pero me da que no va a haber mucha más gente joven así que me lanzo.
-Por pillarme por una tía que probablemente sólo exista en mi cabeza.
A Paula le cambia la cara de manera radical.
-¿Una tía?
Asiento con la cabeza.
-¿Eres…
Paula espera que le ayude a completar la frase.
-…ya sabes…
Y no pienso hacerlo.
Resopla.
-…bollera? -dice finalmente.
Sonrío con naturalidad.
-Sí, soy lesbiana.
Veo que su piel palidece. Lo cual no es fácil puesto que la tiene bronceada.
-Tengo que irme -dice, recoge precipitadamente sus cosas y se marcha con paso acelerado.
-¡Eh, que no es contagioso! -le grito mientras huye.


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Un comentario

  1. JAJAJAJAJAJAJAJA

    Todavía quedan pueblos en los que no se cierran las puertas. Cada vez menos, eso sí.

    Madre mía, una lesbiana en el pueblo… ¡Nico va a ser la atracción del verano! xD

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