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Capítulo 15: Calma chicha
Es la 1:06 cuando miro la hora antes de entrar en casa. Es temprano para un sábado pero sé que mi madre me va a echar la bronca. Por lo que sea. Ya se inventará una excusa sobre la marcha. Que huelo a alcohol o que llevo malas pintas, por ejemplo.
A pesar de eso, no me molesto en ser silenciosa al abrir la puerta. Nada de andar de puntillas. Nada de girar los pomos de las puertas despacito mientras pienso que tengo que poner aceite en las bisagras para que no chirríen tanto.
La casa está en silencio.
Paso por el baño y me quito el maquillaje. Desde que estoy con Mamen me maquillo. Antes sólo lo hacía para ocasiones especiales. Bien mirado, salir con Mamen es siempre una ocasión especial.
Al salir del baño me topo con mi madre. Le saludo y quedo a la espera de sus comentarios.
-¿Ya estás aquí? ¡Qué pronto! -me suelta.
¿Todas las madres tienen estos arrebatos esquizofrénicos o es sólo la mía? Ahora bien, ahora mal, ahora ni fú ni fa.
Me dirijo a mi habitación cuando mi madre me llama.
-Por cierto, hija, esa tal Mamen, ¿no será… -a mi madre también le cuesta pronunciar la palabra l -lesbiana?
Me quedo en blanco y miento.
-No, mamá.
No sé por qué, pero miento como una bellaca.
-Mejor. No me gustaría que te juntaras con ese tipo de gente -dice, y sin darme opción a réplica, se mete de nuevo en su habitación.
Como si tuviera réplica… Estoy paralizada. Sé que esa no ha sido una pregunta inocente. Sé traducir a mi madre. Llevo años editando el diccionario Angustias-Español Español-Angustias. Lo que mi madre ha querido decir es que ni se me ocurra SER lesbiana. Punto.
Paso la noche en vela dándole vueltas a las palabras de mi madre, las miradas y comentarios de Carolina y los jadeos de Mamen.
Al día siguiente no me levanto de la cama hasta que no han comido mis padres para no coincidir con ellos. Cuando salgo, emito dos gruñidos, me ducho y salgo a dar una vuelta.
Pretendo pasear sin rumbo, rollo flâneur, empapándome de la ciudad, de su calma chicha de domingo, tratando de vaciar mi mente y llenándola de los colores y sonidos de la ciudad. Observo a la gente, escucho sus conversaciones sobre la marcha, huelo sus perfumes cuando se cruzan conmigo.
Pero mis pasos perdidos no resultan estarlo tanto y me acaban llevando al piso de Mamen.
Pero mis pasos perdidos no resultan estarlo tanto y me acaban llevando al piso de Mamen.
-No se ha levantado todavía -me susurra por el telefonillo la voz metálica de Sergio, su compañero de piso.
-¿Puedo subir de todas formas?
-Claro -me contesta antes de abrirme la puerta.
En el rellano me recibe con una sonrisa dulce. Está un poco despeinado.
-Así es mi cuerpo con ropa -bromea.
No puedo evitar reírme y él me sisea para advertirme que tanto Mamen como la otra compañera de piso, Bea, están durmiendo.
-Flipo con esta gente que es capaz de dormir hasta las cuatro de la tarde -le digo cuando nos sentamos en el sofá.
-Bueno, si llegas al amanecer es normal -me dice antes de levantarse para ir a la cocina.
Sergio no puede apreciar mi cara de extrañeza porque tardo en reaccionar.
-¿Quieres algo de beber?
-Eh… No, no, gracias -consigo decir. Mi cuerpo comienza a temblar. -Voy a ir a la habitación de Mamen.
-Mmm… No le gusta mucho que le despierten -me informa Sergio.
Le ignoro. Una mezcla de cabreo e inseguridad se ha apoderado de mi. Si le sabe malo que le despierte que se joda, pero que me explique dónde fue después de dejarme en casa.
A mitad de pasillo, me pregunto quién soy yo para pedirle explicaciones. Al siguiente paso me reafirmo y pienso que soy su novia. Al otro, dudo si lo soy. Uno paso más y me indigno por no saber qué coño somos. En el último paso no pienso y golpeo suavemente su puerta.
Nada. No me oye. Pruebo un poco más fuerte. Ni flores.
Abro lentamente la puerta. Se me cruza fugazmente la idea de encontrarla acompañada, y no estoy preparada para eso. Por la rendija veo a Mamen durmiendo a pierna suelta. El corazón me va a mil. Está sola.
Respiro aliviada.
Entro y me quedo de pie, mirándole dormir. Su melena morena está despeinada y le tapa la cara. Una pierna está fuera de la cama. Hay un charquito de saliva en la almohada.
Pese a la baba sigue siendo bonita. La más bonita. Claro que tiene sus defectos, pero yo no los veo porque estoy ciega.
Descubro que le quiero y descubro a la par la angustia de perderla. Supongo que son las dos caras de una misma moneda. Cuando tienes algo, también tienes el miedo de perderlo. A esto se suma la idea de que ni siquiera sé si tengo a Mamen. Desde luego sé que ella me tiene a mi. Toda entera.
Me agacho y retiro un mechón de su cara. Me llega su olor perfumado, pero también el corporal. El primero es dulce; el segundo, amargo.
-Mamen -susurro. -Mamen, soy Nico.
Arruga un poco la nariz.
-Mamen… -insisto.
Abre un ojo y me ve. Me agarra la muñeca un poco torpe y se gira hacia el otro lado de la cama tirando de mi para que me tumbe a su lado.
Me descalzo y me quito la chaqueta y los pantalones. Ella vuelve a dormirse. Quizá no se había despertado. Yo me encajo a su cuerpo como esa pieza de Tetris que siempre te venía mal que te cayera, la que era como una Z. Le abrazo por detrás y acabo durmiendo yo también.
Nadie dijo que comenzar una relación lésbica fuera fácil. Y menos si es la primera…
Un beso 🙂
Joé con Angustias… :/ Ay, Nico, que la guerra acaba de empezar…
¡Besos!