Capítulo 24: Lo absurdo

Creo que si me pongo a echar cuentas, me paso más horas en la cafetería de la facultad que en clase. La cafetería es un lugar de encuentro y de intercambio. De apuntes, principalmente. Yo he tenido que echar manos de esta red de apuntes porque he faltado algunas horas a clase por ir a casa de Mamen, pero es algo que no me gusta. Es un poco como la droga: te pueden decir que la mierda es buena pero como te salga mal, lo pagas en el examen.


Me he prometido a mi misma centrarme un poco más y aprovechar estos días hasta que vuelva Mamen para organizarme lo que queda de curso. Pero no me lo van a poner fácil.
-Hola, hermosa -saluda Raúl cuando alcanza la mesa en la que estoy sentada.
-Hola.
-¿Qué tal Londres? ¿Qué tal con Mamen?
Resoplo y niego con la cabeza.
-¿Qué ha ocurrido? -pregunta un poco alarmado.
-Pues no estoy segura. Mamen ha estado rara. Un poco fría. Es decir, yo esperaba un finde de pasión y caricias y ella me recibe con un mapa lleno de lugares turísticos que teníamos que visitar.
-Bueno, es lo que se hace cuando vas a Londres…
-Pero yo no iba a Londres. Yo iba a ver a Mamen.
-Entiendo -concede Raúl. -¿Y qué más? ¿Qué ha hecho?
-Es que no sabría decirte. Eran cosas sutiles, comentarios…
-Nico, ¿no será que son paranoias tuyas?
Me encojo de hombros. Puede que lo sean.
-Por ejemplo, -digo de repente porque acabo de recordarlo -resulta que en Londres está en el armario, ¿sabes?
-¿Cómo en el armario?
-Pues eso, que le fui a dar la mano y no quiso. Se cortaba, miraba alrededor. Me dijo que empezar en una ciudad no era sencillo y que yo podría entenderla porque me pasa lo mismo en Madrid.
-Ya, claro. Además, para dos semanas que va a estar en Londres, tampoco querría complicarse.
-Puede ser -digo derrotada.
-Va, no te preocupes. En nada la vuelves a tener aquí y podremos salir en plan dobles parejas -dice Raúl de manera un tanto infantil.
Levanto una ceja.
-Este sábado te presento a mi novio.
-No quería salir. Iba a ponerme a estudiar.
-Sí, claro -ríe Raúl.
-¡Es verdad! -digo indignada ante mi escasa credibilidad.
-Pues estudias el domingo. Pero este sábado, tú y yo salimos. Como en los viejos tiempos. Que me tienes abandonado.
-Vale -acepto sin mucho entusiasmo. -Me apetece conocer al chico al que has engañado.
Raúl me hace una mueca burlona y yo le lanzo un beso desde la distancia.

El sábado, Raúl y yo esperamos en una plaza a que llegue su nuevo novio. Se llama Sergio y vendrá enseguida. Mientras tanto, matamos el rato viendo a la gente pasar.
-El otro día, cuando fuimos a aquel bar de tíos, se te soltó la pluma mogollón -le digo.
-¿Ah, sí?
Asiento con la cabeza y él no le da mayor importancia.
-La pluma no es algo que se pueda esconder.
-En la facultad no la tienes.
De nuevo, Raúl resta importancia a mi comentario.
-No sé qué decirte. ¿Es malo tener pluma?
-Es bueno y malo depende de dónde estés -le digo. -La pluma grita a los cuatro vientos que eres gay. Cuando estás con otros gays es una manera de celebrarlo. Cuando no, es una excusa para la discriminación.
Raúl menea la cabeza sin mostrarse convencido del todo.
-A ver si te crees que las tías no tenéis pluma.
-Sí, claro que lo sé, pero es diferente.
-Yo creo que es igual. La pluma es una manera de tocar las narices a la sociedad heteronormativa.
Raúl se queda con la mirada perdida hasta que algo llama su atención.
-¿No es esa Amaya Salamanca?
-Uy, sí -digo afinando la vista.
-¡Hola! -dice una voz masculina a nuestra espalda que rompe el triángulo Raúl-Nico-Amaya.
Raúl suelta toda su pluma de golpe y se le lanza al chico para inundarlo de besos. Descubro entonces que yo ya conozco a ese chico. Él también me reconoce y me da un gran abrazo.
-¿Os conocéis? -pregunta extrañado Raúl.
-Sí. Es el compañero de piso de Mamen -le explico.
-Bueno, mejor dicho, ex compañero -me aclara Sergio.
-¡Anda! ¿Te has ido del piso?
Sergio se ríe pero luego se frena en seco porque comprende que lo que me va a decir ahora es la primera vez que lo oigo.
-¿No lo sabes?
-¿El qué?
Sergio mira a Raúl que sigue la escena un poco perdido. Pone una mano en mi hombro y me mira con gravedad.
-Mamen nos dijo que nos buscáramos a otro inquilino. Ella no va a volver.
Tardo unos segundos en procesar lo que me acaba de decir y no reacciono.
-¿Me has escuchado, Nico? -insiste Sergio.
Logro enfocar a un punto en su cara cercano a la mejilla. Subo la mirada hasta encontrarme con sus ojos.
-Pensé que lo sabrías ya. Mamen se queda en Londres.
-Nico, estuviste con ella el pasado finde, ¿es que no te dijo nada? -pregunta Raúl alterado.
Niego nerviosa con la cabeza.
-Me contó que su novia había estado un poco rara, pero que igual eran paranoias suyas -le dice Raúl a Sergio.
-No es mi novia -oigo que digo como si mi conciencia estuviera sobrevolando aquella escena fuera de mi cuerpo.
-¿Cómo? -dice Raúl.
-Que no es mi novia -repito.
-Sí que lo es -dice Sergio con miedo a que se me haya ido la olla. -Os vi en mi cocina, besándoos. Vi cómo Mamen te miraba, te miraba con amor.
Vuelvo a perder mi capacidad de enfoque.
-Nunca hemos dicho que éramos novias -hablo pero no les miro.
-Bueno, ¿y qué? Se sobreentiende. Lleváis saliendo cuatro meses -dice Raúl con impaciencia.
-A ver, Nico, no te vayas a rayar ahora. Seguro que entendí mal y resulta que volverá pero se irá a otro piso o algo así.
Mi cabeza se mueve como la del perro de la parte de atrás de un coche. De un lado a otro, arriba y abajo, sin sentido.
-¡Nico, Nico! -me llama Raúl.
Le oigo como un eco lejano. En mi cabeza se agolpan, una vez más, todas esas frases que Mamen dejó pendientes de un acantilado, queriendo decirme algo pero sin llegar a hacerlo.
-¿Qué? -reacciono.
-Vamos a un bar, te tomas una cerveza e intentas olvidarlo unas horas. Mañana, hablas con Mamen y que te explique -me aconseja mi amigo.
-No tengo el cuerpo para alcohol.
-Ya lo sé, pero nunca te había visto así y no me atrevo a dejarte en casa sola. Así que te vienes con nosotros.
Yo tampoco me fío de quedarme en casa, no por cometer ninguna locura, sino porque el silencio ahora es mi peor enemigo. Necesito ponerme junto a un altavoz potente que ocupe toda mi mente. Pero al entrar al garito, veo que la cosa no va a ser nada sencilla. Entre la gente, me topo con las caras de Ana y Laura, las amigas de Mamen, que me miran con pena. Les devuelvo una mirada desafiante pero ellas no cambian su expresión y se encogen de hombros tratando de disculpar a su amiga.
¿Es que todo el mundo sabía los planes de Mamen menos yo?
Me cabreo. Me sube el calor a la cara y necesito refrescarme.
-Tengo que ir al baño, chicos.
En la cola para entrar la pesadilla continúa. Carolina, la jugadora de fútbol sexy, ex de Mamen y de medio Chueca, se acerca hacia mi con seguridad. Al ver mi cara de pocos amigos, mantiene la distancia.
-¿Qué tal estás? -me pregunta en un tono neutro.
Las chicas de la cola nos miran con curiosidad.
-Mal -le digo sin disimular.
Carolina va a tocarme el hombro pero le advierto con la mirada de que no lo haga y se echa atrás.
-Lo siento. Nico. Te advertí, te dije que no encajabas en su vida. Mamen ya tenía una novia: su trabajo.
-¿Qué más te da a ti?
Es la primera vez que veo a Carolina con la guardia baja, derrotada, pero le dura un par de segundos. Lo que tarda en darse cuenta de la expectación que levanta nuestra conversación entre las chicas de la fila.
-¡Oye, que yo sólo quería ayudarte! ¡No seas borde! -me suelta y se larga.
Yo hago lo mismo porque paso de quedarme ahí parada aguantando las miradas de la gente. Saco el móvil del bolso y salgo a la calle.
Voy a llamar a Mamen. Sí, lo sé, me va a costar un ojo de la cara. Eso si me contesta.
Los tonos suenan lejanos y oigo las vibraciones de la línea al cruzar el canal de la Mancha.
Al sexto tono, cuando estoy a punto de rendirme, Mamen contesta.
-¿Diga? -su voz suena somnolienta.
-Mamen, soy Nico -digo y espero deliberadamente a que esa frase caiga a plomo sobre su almohada.
-Nico… -tartamudea Mamen. -¿Qué ocurre?
-¿Que qué ocurre? Acabo de hablar con Sergio. Eso ocurre -elevo el tono. -Me ha dicho que no vas a volver. ¿Es cierto?
Hay un largo silencio sólo roto por la respiración de Mamen.
-Nico, quería decírtelo en Londres, pero no me atreví.
La siempre intrépida y segura Mamen no se atreve a dejarlo con su chica.
-Mamen… -se me rompe la armadura y comienzo a llorar.
Mamen no dice nada al otro lado. Sabe que nada de lo que diga podrá aliviar mi dolor.
-¿Se ha acabado, Mamen? -digo entre sollozos.
-Nico… Te quiero, de verdad. Te quiero mucho, pero llegaste en el peor momento posible a mi vida.
Me enfado de nuevo porque yo no llegué a ningún lado y en ningún momento. Fue ella la que me retuvo cuando pudo haberme dejado ir aquella noche.
-Haberlo pensado antes. Eso no es excusa para dejarme ahora. ¿Cuál era tu plan? ¿Mandarme un email para dejarlo? ¿Decirme que se alarga la puta formación semana tras semana?
-¡No lo sé, Nico! ¡No lo sé…! Estoy tan jodida como tú, ¿sabes?
-¡Y una mierda! -digo y cuelgo al instante.
Mamen me devuelve la llamada pero no la cojo. Me quedo con la mirada tonta viendo la foto de Mamen en la pantalla que está mojada por las lágrimas.
Paso la pantalla por mi jersey para limpiarlo y entro de nuevo al bar secándome las mejillas.
-Raúl, me voy a casa.
Raúl y Sergio me miran esperando una explicación.
-He hablado con Mamen. Todo bien, ¿vale? No os preocupéis por mi.
-No quiero que estés sola en tu habitación ahora.
-Necesito estarlo, compréndelo.
Sin esperar a una contrarréplica, me marcho a mi casa.

En el camino, tengo la sensación de que todo me parece absurdo, como si alguien le hubiera quitado la capa de pintura a todo y pudiera verlo tal y como es. Las risas entre una pareja, un hombre de traje leyendo el metro, un tipo tocando en los pasillos, una chica en minifalda… Todo parece normal, pero me resulta estridente, exagerado y falso.
Llego a casa y mi madre está medio sobada en el sofá.
-Hola -saludo y rompo a llorar.
Mi madre se levanta y me abraza.
-¿Qué ocurre, hija mía?
Entre lágrimas logro decírselo.
-Mamen me ha dejado.
Mi madre me aprieta fuerte tratando de hacerme un torniquete que corte el grifo de mis ojos.
-No puedo decir que no esté contenta.
Tardo en comprender la doble negación de mi madre y cuando lo hago me separo de ella.
-Eso no cambia nada, mamá.
Ella enfurece y arruga la frente pero no dice nada.
Yo me encierro en mi habitación a tratar de dormir. Si el altavoz no ha logrado aplacar mi mente, quizá el sueño pueda hacerlo.

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9 comentarios

  1. Es que me lo veía venir. Me lo veía venir.

    Por cierto, hay una mini errata, creo. Cuando Raúl o Sergio intentan que Nico vuelva en sí, se refieren a ella como Mamen una vez. 😉

  2. Y he aquí el porque Mamen no me gustaba, casi casi que le atiné. Mierda, pero bueno, otras vendrán, la primera es especial pero no la única, solo la primera.

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