Capítulo 34: Diarios y delirios

Tratar de mensajearse con el móvil en este pueblo perdido de la mano de Dios es un acto de fe. Se corta la señal, los mensajes no salen o no acaban de llegar. Me pongo de los nervios así que he aprendido a perder esa comunicación inmediata. Vuelvo a mis años de la ouija y mando mensajes por la mañana a Raúl o a mis padres y dejo el móvil en casa hasta que llego a casa antes de que anochece. Entonces leo todo lo que me han ido poniendo a lo largo del día. Mis padres suelen ser escuetos, pero Raúl me escribe cada acontecimiento que le va pasando en forma de breves mensajes que conforman una especie de diario personal.

Voy cogiendo soltura con la moto. No salgo mucho a la carretera porque con la suerte que tengo, me pillará la Guardia Civil y voy sin papeles.
Hay un momento que me gusta especialmente cuando voy con la moto. Es una chorrada pero me parece mágico. Los tractores van y vuelven del campo recogiendo fardos de alfalfa para el ganado y por el camino dejan rastros de pajitas. Cuando paso por encima con la moto, el aire las levanta y veo por el retrovisor cómo se hacen pequeños remolinos a mi paso de doradas pajitas centelleantes por la luz del sol. 
Al pasar por el puente, miro hacia arriba a ver si está Paula, pero no la he vuelto a ver.
-Oye, tía, ¿conoces a Paula? -le pregunto a la hora de comer.
Ella piensa durante un rato y luego me dice que no cae, que de quién es hija o nieta.
-No lo sé. Pero no tendrá más de 20 años. No debe haber muchos chavales de esa edad por aquí.
-Los chavales se marchan en verano. Bueno, y en invierno también -apunta amargamente mi tío.
Se miran entre ellos como si quisieran preguntarme algo. Yo tengo la mirada fija en un trozo de melón que hemos puesto en la ventana para que no nos molesten las moscas, pero les veo por el rabillo del ojo.
-¿Qué pasa?
-Bueno, ya sabes que tu padre te mandó aquí para que te centraras.
-Más o menos -concedo.
-Nos preguntábamos -comienza mi tía- que qué tal lo llevabas.
-Bien -digo sin más. – Un poco aburrida. No os ofendáis. Pero para una amiga que podía tener, ha desaparecido. Por las noches apenas duermo entre el calor y el ruido de las cigarras. Y por las mañanas, debe haber quedada de pájaros en mi alféizar así que menos todavía.
Se remueven en sus sillas tratando de encontrar la postura más cómoda para seguir preguntándome.
-Nos referíamos más bien a lo otro -dice mi tía en voz baja como si tuviera miedo de que un espíritu la escuchara.
-¿Qué es lo otro?
Mi tío le toma el relevo mientras sirve granizado de café.
-Tu padre nos ha preguntado si sigues con lo de la chica del metro o si ya te has desengañado.
Me cambia la cara.
-¿Y a él quién se lo ha contado?
-Un amigo tuyo. ¿Rubén?
-Raúl -les corrijo. -Y le voy a matar cuando le vea.
Resoplo con impaciencia.
-A ver, que no estoy pirada, ¿vale?
-Lo sabemos, Nico, pero tu padre está preocupado. Todos estamos preocupados -dice mi tía que se limpia las manos compulsivamente en el delantal.
Se hace el silencio y un silencio en esta casa es tenso porque no hemos parado de hablar durante los días que he estado aquí.
-Mira, Nico, no quiero que te tomes esto a mal. Lo hacemos por tu bien. Hemos estado hablando con tus padres por teléfono, aprovechando tus largos paseos en moto, y tenemos una teoría -dice mi tío.
Levanto una ceja.
-¿Cuál?
Se miran entre ellos y mi tía le da permiso para que continúe.
-A veces, el cerebro se monta películas para ayudarnos a explicarnos cosas. Mira las religiones, sin ir más lejos. Cuando no entendemos algo, ¡zas! -mi tío chasquea los dedos -nos sacamos una historia que nos ayude a hacerlo.
-¿Creéis que me inventé a la chica del metro para ayudarme a comprender que me gustaban las chicas?
Los dos asienten en silencio.
-Pero era real. Me tocó con su meñique. Lo sentí -tartamudeo y me siento como una niña pequeña aferrándome al meñique de su padre para no perderse.
-Sólo queremos que no sufras, que continúes tu vida. La semana que viene te vuelves a Madrid. No desearíamos que volvieras a perseguir fantasmas.
Me levanto de improviso con mi granizado de café a la mitad.
-No. No es un fantasma. La chica del metro existe. Estoy segura.
Les dejo en la mesa, jugando con las miguitas de pan.
Hace un calor horrible pero necesito salir y despejarme. Quiero ir al río, a oler algo parecido al mar, así que me subo a la moto y meto gas.
Por el camino trato de recordar la cara de la chica del metro y no puedo. Me vienen otras caras de otras chicas con las que me he acostado, mezcladas en una sola. Sólo el pelo es siempre igual: largo, liso y moreno. O igual es el pelo de Mamen.
Al llegar al río, veo a una persona sentada sobre la hierba. Es Paula.
-Así que aquí estabas.
Paula se gira asustada y tampoco se alegra al ver que soy yo.
-¿Qué haces aquí? -me pregunta.
-Forma parte del castigo. Es la fase de la purificación. Tengo que desnudarme y meterme al río. ¿Te apuntas?
Me mira horrorizada y antes de que le de un infarto le digo que es una broma.
Me siento con parsimonia a su lado y nos quedamos mirando y escuchando al río un rato. Finalmente, rompo el silencio.
-Paula, ¿tú eres lesbiana?
La pobre chica se gira hacia mi como si fuera la niña del exorcista. Al menos, tiene la misma mirada.
-A ver, antes de que me insultes o vuelvas a marcharte, en mi puedes confiar.
Su rostro cambia poco a poco y pasa de la rabia a la serenidad.
-No puedo responderte porque nunca me he hecho esa pregunta.
-Pf, no hace falta preguntárselo; o se sabe o no se sabe.
-¿Tú lo supiste sin preguntártelo?
Voy a responder que sí pero enseguida me corto. Empiezo a encajar algunas piezas. No, no lo supe sin preguntármelo y, quizá, como bien dicen mis tíos, mi manera de preguntármelo fue inventándome a la chica del metro.
Le cuento todo esto a Paula que me escucha con atención.
-Me da pena pensar que no exista. Había construido una vida para ella. Para nosotras. Absurdo, lo sé.
Paula se encoge de hombros.
-Justo cuando acepté que me gustaba una chica y que estaba decidida a darle mi teléfono, desaparece. ¿Casualidad? No lo creo.
La miro con curiosidad.
-Y tú, ¿existes o también te he inventado?
Paula se ríe y hace eco en los escarpes.
-Claro que existo.
-Lo digo porque es mucha casualidad que la única persona joven que veo en el pueblo también sea torti.
-Yo no soy torti -dice con fingida indignación.
-Porque no te lo has preguntado.
Entonces, Paula cambia radicalmente el tono y se pone seria.
-No me lo he preguntado porque no me lo puedo permitir, no entra dentro de mis esquemas mentales. Déjalo. No lo entiendes -me dice al ver mi cara de confusión.
No le contradigo porque sé que se siente incómoda con este tema y porque no quiero que note la pena que me da.
-¿Te llevo luego al pueblo?
-Vale.
Las dos nos quedamos en silencio y volvemos a embelesarnos con el sonido y el fluir del agua.
Cuando vuelvo a casa y miro el móvil dispuesta a leer el diario de Raúl, descubro que tengo un email de Mamen.
Comparte con cariño este diario

6 comentarios

  1. Yo creo que Nico, como buena soñadora, no es que se haya inventado a la chica del metro, es que la ha idealizado. Los amores platónicos dejan de ser perfectos cuando se realizan, como su relación con Mamen, que no era perfecta, pero era real. Lo ideal existe, pero solo si bajamos a la tierra y aceptamos que es no como queremos que sea sino que es a nuestro lado, con sus imperfecciones.
    Abrazo!!!!!

  2. Eso, eso. Objetivo chica del metro. NICO, A POR ELLA. Yo sé que existe.

    A Mamen la corro a gorrazos, ¿eh? Te lo digo ya.

    Y lo de las quedadas de pájaros en la ventana, me solidarizo mucho. Muchísimo.

    :*

  3. a nico le esta gustando paula?
    espero que el mail de mamen lo borre sin leerlo, que no se distraiga del objetivo: la chica del metro!!!!

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