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  • El método narrativo queer

    Si me sigues sabrás que esto de la temporalidad queer es un tema que me interesa y sigo. 

    He usado Mafin, la pareja de ficción de Sueños de libertad compuesta por Marta de la Reina y Fina Valero (ya te echamos de menos, Serafina) para explicar esto de los fanfics, la diferente manera que tenemos de vivir nuestros tiempos vitales y los universos alternativos. Si no lo has hecho, empieza por «Mafin y la reparación de los relojes» y ya sigues con los otros dos post.

    Además, he publicado una novela corta entera con esta idea. Todos los besos que no di es un retelling de Cuento de Navidad pero con lesbianas. Échale un ojo porque no la promociono mucho (al ser navideña) y creo que es de lo mejor que he escrito, precisamente por eso, porque la escribí para explorar cómo nos han robado nuestro tiempo por no encajar en el discurso oficial.

    Siento que llevo leyendo y escribiendo sobre esto del tiempo ligado a nuestra identidad queer desde hace diez años, cuando publiqué Nico, por favor, que no es sino una línea temporal de mi otro yo (aunque esto lo supe después).

    Por todo esto, cuando hace unos meses leí Queer, de William S. Burroughs, fue como encontrar una (otra) pieza más del puzle.

    El reto de encajar nuestra propia linealidad (crisis → revelación → integración) en la linealidad normativa (pareja → casa → boda → hijos).

    ¿No ves algo raro aquí?

    Exacto, la linealidad heteronormativa se está rompiendo y la linealidad queer no siempre es así.

    En el prólogo te dicen por qué la novela es tan rara y estrambótica:

    El propio Burroughs no parecía ver la contradicción de planificar, como él mismo le contó a Kerouac a finales de marzo de 1952, la escritura de «una novela homosexual utilizando el mismo método narrativo heterosexual que usé en Yonqui». Se podría decir que, precisamente por la imposibilidad de mantener un «método narrativo heterosexual», Queer llegó a ser lo que es (…)

    Un fracaso.

    Escribir una novela homosexual bajo un «método narrativo heterosexual» llevó a Burroughs a la frustración. 

    Y yo, que tengo un pensamiento, como diría Amaia, pensé: Así que no estoy loca, sí hay una narrativa queer (en contraposición a la narrativa heterosexual).

    En su intento de escribir una novela homosexual siguiendo el método narrativo heterosexual hizo que a Burroughs le costara años terminar la novela. «Robaba» extractos de sus propias novelas para ponerlas en Queer, y a la inversa, como si fuera una colcha que cosía o descosía. Le mandaba páginas a Allen Ginsberg. Con cada revisión, la novela perdía páginas. A su vez, Queer se desmorona y se dispersa, demostrando la imposibilidad de encajar el deseo y la experiencia homosexual en una estructura convencional. «Parece más un acto de exorcismo –mejor fuera que dentro– de todas las voces que hay en la cabeza de Burroughs, demonios heredados de su clase y su cultura», dice el prólogo de Oliver Harris (2009).

    Entonces, si hay una narrativa heterosexual, basada en la linealidad, la causalidad y una visión cerrada del mundo, natural y normal, ¿cuál es el método narrativo queer? ¿Existe sólo uno? 

    Pues bien, así como la teoría queer se enfoca en «desnaturalizar», en deconstruir lo que se considera natural y normal, la narrativa queer vendría a ser una praxis literaria que rompe con esas convenciones también en lo narrativo.

    Y por supuesto, no hay única manera de desnaturalizar.

    El caos y la fragmentación de Queer no son un defecto, sino la prueba de que un tema que desafía lo binario y la normalidad requiere un lenguaje y una forma que también lo hagan.

    Piensa en Orlando, de Virginia Woolf, donde el protagonista vive durante varios siglos y cambia de género a la mitad del libro; en Las malas de Camila Sosa o La mala costumbre de Alana Portero, donde mezclan la autobiografía, la fantasía, el realismo y la magia o la religión (pienso en ese santoral de vecinos del barrio de San Blas). O incluso, Panza de burro, de Andrea Abreu, con su crudeza y su dialecto canario. Y más obvia en este sentido es Así se pierde la guerra del tiempo,en la que dos mujeres de bandos rivales que se escriben cartas a través de distintas líneas temporales en una guerra sin fin. Tengo que volver a leer esta novela…

    Hay muchas maneras de contar lo queer porque hay muchas maneras de vivir (y contar) la vida no normativa.
     

    Así que, una vez más, gracias por tener en tus leídos la mía 🙂

  • La memoria colectiva de la cultura sáfica que no deberíamos olvidar

    La memoria colectiva de la cultura sáfica que no deberíamos olvidar

    Sentaos, sentaos, que os voy a contar una historia de foros, subtítulos caseros y resúmenes en Lesbicanarias.

    Cuando yo empecé a publicar novela lésbica, allá por el año 42 d. C.1 había un debate candente (¡qué tiempos en los que había debates candentes en torno a la literatura lésbica!). El debate era, precisamente, si debíamos denominarnos como literatura lésbica o si esta era una etiqueta reduccionista. Al fin y al cabo, nuestra realidad es una más dentro de la normalidad y etiquetarnos era, por tanto, diferenciarnos.

    Yo era de las que pensaban que sí era necesario etiquetarnos. Escribí sobre ello en HULEMS2, de hecho. Venía a decir que hay literatura lésbica porque hay una lectora huérfana de historias que la representen, que representen su lesbianidad.

    Llevamos siglos huérfanas de historias y las buscamos como oasis en el desierto. Mi generación ha hecho arqueología lésbica para encontrar representación, por mínima que fuera, en cualquier rincón de Internet.
    –Hay una serie alemana donde dos chicas se hacen tilín.
    Allá vamos, meine liebe.
    –Hay una soap opera con una adolescente a la que parece que le gusta su vecina.
    Enchufa la kettle para el té, my dear.
    –Ha salido la última temporada de «The L Word» pero todavía no están los subs en español.
    Oh, shit, here we go again.

    Foros, chats de MSN, enlaces de dudosa procedencia, canales-resumen de YouTube, los comentarios en Lesbicanarias, tutoriales para sincronizar los subtítulos en VLC, fanfics de (inserta aquí tu ship)… Todo eso formaba parte de lo que hoy podríamos llamar «cultura sáfica».

    Hoy que «lo lésbico» ha permeado en el mainstream, ¿podemos seguir llamándola «cultura sáfica»?
    Seguramente es porque me haga mayor y haya vivido esa escasez, pero me da miedo que se olvide todo este bagaje que nos ha traído hasta aquí (y por aquí me refiero a la España del siglo XXI, con muchos de nuestros derechos reconocidos por la ley).

    Cada conquista cultural y política tiene un precio que a veces se olvida cuando llega la abundancia. Yo lo viví desde la carencia: buscar migajas de representación en foros y subtítulos caseros, compartir spoilers en chats, leer fanfics como si fueran literatura de resistencia. Esa memoria de escasez, de ingenio colectivo, es un archivo que no debería borrarse porque explica por qué hoy se puede hablar de “normalidad”.

    Cuando la cultura lésbica entra en el mainstream, corre el riesgo de volverse invisible como cultura específica, porque se da por hecho que “ya está todo conseguido”. Pero la historia reciente demuestra que los avances pueden revertirse, y lo simbólico (los relatos, los personajes, las comunidades) también son una forma de blindaje político.

    La comunidad (¡las parejas!) que se formaba en foros, chats o subtitulando juntas una serie no solo buscaba ocio: generaba redes de apoyo, vínculos que muchas veces eran lo más parecido a un refugio, a un reconocimiento de nuestra propia existencia. Eso daba fuerza para reconocerse, salir del armario, reivindicar derechos.

    ¿Estoy diciendo que de aquel foro de Maca y Esther, estos derechos de matrimonio igualitario? Mmm, quizá.

    Entonces, llegadas a este punto, ya no se trata solo de preguntarse si la etiqueta limita (como decía el debate inicial), sino de reconocer que nombra una tradición y una experiencia compartida. Tal vez la clave esté en pensarla no como única definición sino como archivo vivo.

    Parte de esta cultura (el modem de 54k, las vibraciones de MSN, las fotos de actrices «a las que admirabas» pegadas en la carpeta de clase) se retrata en Una buena amiga que publiqué el año pasado en dos volúmenes y hoy recopilo en un único epub a un precio especial por tiempo limitado.

    «Una buena amiga» completa.

    Sólo en la web.

    *Incluye diario de escritura.

    Una buena amiga edición completa
    1. Este septiembre hace una década que publiqué Nico, por favor 😱 ↩︎
    2. El post de 2017 lo podéis leer aquí. ↩︎

  • Algo muy nuestro

    Algo muy nuestro

    En estas dos semanas que he estado de vacaciones me han pasado dos cosas que me han hecho pensar y replantearme algunas decisiones de mi carrera literaria más próxima.

    Por un lado, me alertaron de que mis novelas están publicadas en un canal de Telegram disponibles para descarga. Buscas mi nombre, te enlaza las novelas, seleccionas la que quieres y te la descargas. Sin esperas, ni publis, ni spam, ni enlaces a páginas porno. Experiencia de usuario de 10, oye.

    Me puse muy triste, la verdad, porque descubrí que el catálogo entero lo habían sacado de Amazon y esto suponía que Amazon ya no es un espacio seguro para nosotras. Y Amazon puede tener muchas cosas malas, para empezar su dueño, pero sin Amazon muchas de nosotras no hubiéramos podido publicar nuestras historias y demostrar que había mercado en la literatura lésbica.

    Por otro lado, recibí una carta de una lectora con un feedback maravilloso. Se había leído Mi mentira más sincera y le había encantado. Me dijo: «a veces me preguntaba, con lo poco que sé de Irún, me da la sensación de que Lorena tiene cosas tuyas».

    Es cierto, Lorena tiene mucho de mí, pero no te sabría decir qué exactamente. No es nada concreto y a la vez es todo. Es muy diferente a mí y a la vez es un calco.

    El comentario hizo que se me encendiera una bombilla. Ese «es muy tú» es el Santo Grial de lo que hago. Sobre todo ahora que las IAs pueden escribir una novela en el tiempo que yo necesito para levantarme, quitarme las legañas y hacerme el primer café de la mañana.

    Además me dijo una cosa que me encantó. Me dijo: «Esa oración de “se quedó mudo mientras calculaba la hipotenusa de nuestro triángulo” te quedó de show… es de las oraciones que me da la impresión que son muy tuyas».

    Este tipo de feedbacks son como agua de mayo, especialmente en estos momentos de desánimo en los que vivimos. Ciertamente son oraciones difíciles de sacar, pero si cuando las escribo pienso: «vale, esto no sé si es muy bueno o una tremenda mamarrachez» sé que esa frase es muy mía.

    Y esto me devolvió un poco de fe en la humanidad.

    Mis personajes llevan trocitos de mis paranoias, mis chistes tontos y mis ilusiones. Ninguna experiencia es única y las mías conectan directamente con las tuyas. Escribo novela lésbica y esta etiqueta es un espacio de resistencia donde la representación es un espejo delicado. No se trata solo de colocar a dos mujeres en una trama romántica. Se trata de bordar con hilos de amor y dolor la tela de nuestra memoria colectiva1: ese escalofrío al cruzar miradas en el metro, el peso gélido del silencio familiar, el vértigo de reconocerse por fin frente a un espejo que durante años reflejó un fantasma, es el corazón acelerado cuando dices «soy lesbiana» y te tiembla todo el cuerpo.

    ¿Puede una IA sentir eso?

    Respuesta corta: ni de coña.

    Respuesta larga: Sí, puede llegar a hacerlo, ¿pero de verdad queremos? ¿De verdad queremos que nuestra historia, nuestra literatura, nuestro hilo que teje nuestra experiencia y que nos une generación tras generación sea escrito (¿cosido?) por una IA, a.k.a. una combinación de palabras más o menos coherente robadas de millones de palabras de autoras reales? Porque eso es lo que hace una IA: engullen bibliotecas enteras y escupen novelas con una eficacia aterradora.

    ¿Cómo lo hacen? Pues te explico: ese mismo bot que recorre Amazon para descargarse sus novelas y ponerlas a tu disposición en ese canal de Telegram es el mismo (o muy parecido) al que usan las big corps para alimentar a sus IAs para que estos autores fake escriban sus historias y las publiquen en Amazon para que de nuevo pase el bot y se repita la operación ad nauseaum, esto es, hasta que no quede nadie real escribiendo novelas de ficción y sólo quede bazofIA2.

    He visto perecer a muy buenas escritoras ahogadas en este ritmo de publicación: Emma Mars, Clara A. García, Marta Catalá, Miriam Beizana…

    Pronto lo haremos otras que todavía resistimos no sé muy bien cómo ni por qué: Mónica Benítez, Clara Simons, Verónica Espinosa, Betty Carrillo, Eva Gonzay…

    Cuando no quedemos ninguna de nosotras, cuando todas las novelas que leas te resulten insustanciales, planas y «no te digan nada» no podrás decir que no te lo advertí.

    Hemos normalizado que haya gran oferta de literatura lésbica, pero hasta hace 10 años que publiqué Nico, por favor, no era normal. «No había mercado», decían. Ahora la oferta abruma y al mercado han entrado los autores fantasma a sacar tajada.

    En esta era donde la IA lo amenaza todo tal y como lo conocemos, esa conexión entre escritora y lectora es un territorio sagrado, una geografía íntima que ninguna inteligencia artificial puede cartografiar ni debería conquistar.

    En géneros como la novela lésbica, consumir obras IA perpetúa:

    • Falsas representaciones que desdibujan nuestras experiencias reales.
    • Colonialismo emocional: máquinas monetizando nuestra identidad sin vivirla.
    • Erosión de espacios seguros: donde las escritoras LGBTQ+ contamos nuestras propias historias.

    Por si te ayuda, te doy tres ideas para aprender a detectar si una novela está escrita con IA. No son infalibles, pero te pueden servir si quieres evitarlas:

    1. Portada hecha con IA. Cada vez son más logradas, pero los ojos no mienten (son el espejo del alma y las IAs ¡no tienen!). Los personajes bizquean o sus miradas no coinciden.
    2. Escritura sin alma. Esto es quizá lo más difícil de detectar porque venimos de un periodo en el que el estilo más popular es ese «fácil de leer». Las IAs carecen de sentidos que son una de nuestra conexión con la realidad. Las IAs no huelen, no tocan, no saborean.
    3. Repeticiones de palabras y patrones. Quizá lo más fácil de detectar. Las autoras no estamos exentas de coletillas y vicios, pero las IAs definitivamente nos ganan por goleada.
    4. Lo lees y te quedas igual. Si no te provoca nada cuando lees la historia, probablmente estés leyendo algo hecho con Inteligencia Artificial. Los textos generados por IA carecen de la profundidad de la emoción humana, las anécdotas personales, la perspicacia o la creatividad humanas. Las experiencias y emociones humanas todavía son un reto para que la IA las replique de manera convincente.
    5. Autor sin redes sociales ni web. La más delatora. Con lo bonito que es que te escriban al terminar una novela… Y por supuesto, el poder escribirle a la autora y decirles cosas como las que me dijo esta lectora y crear esa conexión que es sencillamente, algo muy nuestro.

    1. ¿Es brillante o una mamarachez? ↩︎
    2. BazofIA o slop son términos usados para definir al contenido de IA de mala calidad o no deseado en las redes sociales, el arte, los libros y, cada vez más, en los resultados de búsqueda. Wikipedia ↩︎

  • Universos alternativos y Mafin

    Universos alternativos y Mafin

    En 1. Mafin y la reparación de los relojes hablé sobre por qué nos gustan tanto los dramas de época, precisamente esos en los que nuestra sexualidad era castigada con más violencia. No sé si hay una narrativa queer (vengo de terminar de leer Queer de William S. Burroughs y me ha convencido de que sí la hay). Desde luego, hay una narrativa hetero donde la historia avanza en línea recta con fines reproductivos.

    Las personas queer venimos a romper esa temporalidad lineal.

    Siempre lo hemos hecho. Hace poco conocí la historia de amor entre Carmen Conde y Amanda Junquera, dos mujeres casadas que se conocieron y se amaron en la posguerra española llegando a vivir como un «matrimonio bostoniano» en pleno centro de Madrid, en plena dictadura Franquista.
    Siempre estuvimos allí, hay un rastro, una prueba testimonial, un “aquí se quisieron Marta y Fina”, o Carmen y Amanda, o Elena y Matilde.

    En 2. Mafin, fanfics y la cuarta pared hablé sobre cómo los fanfics rompen la cuarta pared para explorar narrativas lésbicas más allá de lo acotado por la serie, que a veces se nos queda un poco corto.

    Vivir en los márgenes es lo que tiene: habitamos un espacio que no siempre tiene suelo firme y donde el riesgo de caer al vacío es constante. Pero, ¿qué pasa cuando, en lugar de caer, aprendemos a flotar, cuando transformamos ese limbo en un espacio de posibilidades infinitas? Los fanfics son un territorio sin amarras, donde podemos inventar otras versiones de nosotras mismas y de nuestras historias.

    Fina con le uniforme de almacén abraza por detrás a Marta, en una ensoñación de esta última, antes de dar el paso real.
    Marta y Fina imaginando su propio AU.

    El corcel blanco con el que escapar

    Ahora quiero cerrar el círculo con una de las categorías estrella del fanfiction: los universos alternativos (AU), esos mundos donde Marta y Fina pueden ser dueñas de una cafetería hipster en Malasaña o astronautas en una misión suicida a Marte.

    Al principio, no llegaba a entender los AU. Pensaba que sacar a los personajes de su contexto histórico era despojarles de lo que nos había enamorado de ellas: ¿qué sentido tenía? Si lo que nos engancha de estas historias es ver cómo estas mujeres se enfrentan a su tiempo, ¿por qué trasladarlas a una realidad donde ya no luchan contra las mismas barreras?

    Obviamente, los AU son una vía de escape y tampoco hay que darle más vueltas. Las historias de época con representación lésbica suelen estar marcadas por el conflicto con el sistema heteropatriarcal, por la amenaza constante de la represión, el castigo o la invisibilización. Sacar a los personajes de ese mundo (con un corcel blanco una noche de tormenta, como diría Marta) y darles un espacio en el presente es una forma de otorgarles la libertad que les fue negada. Es, en cierto modo, un acto de reparación, una forma de reescribir su destino y permitirles vivir sin las cadenas impuestas por su contexto original.

    En este sentido, los AU funcionan como una especie de multiverso lésbico de la felicidad: podemos imaginarnos a Mafin en los ochenta siendo una rockera y una periodista musical, o en 2025 como concursantes en un famoso concurso de la tele por el que compiten por el ansiado bote de 1 millón de euros en un enemies to lovers de manual (estoy tirando un montón de ideas por ahí, a ver si las recoge alguien ;))

    Marta Belmonte y Alba Brunet en Pasapalabra.

    Amores imposibles… e inevitables

    Pero hay otra razón, más poética y existencialista, que explica por qué volvemos una y otra vez a los AU: la idea del destino.

    Me confieso una fan absoluta de las películas con saltos en el tiempo. Si además, estos saltos son para encontrarse una y otra vez con la persona amada, me las meto por el culo. Palm Springs, El efecto mariposa, Una cuestión de tiempo son algunos ejemplos. Y los AU juegan con la posibilidad de que algunas conexiones son inevitables. Es decir, que Marta y Fina están predestinadas, independientemente del universo en el que vivan.

    Esto refuerza la idea que nos viene rondando desde hace dos post: que no somos una anomalía de un momento específico y un espacio concreto, sino que hemos estado, estamos y estaremos siempre aquí.

    Al final, los universos alternativos en los fanfics no son solo un capricho narrativo. Son una manera de desafiar las reglas del tiempo y del espacio, de construir nuestras propias líneas temporales y de reafirmar que, en cualquier universo posible, el amor entre mujeres siempre encontrará la manera de existir.

    Este artículo forma parte de una trilogía:

    1. Mafin y la reparación de los relojes
    2. Mafin, fanfics y la cuarta pared
    3. Universos alternativos y Mafin

  • Carmen y Amanda, escritoras y amantes durante el Franquismo

    Carmen y Amanda, escritoras y amantes durante el Franquismo

    La primera mujer en entrar a la Real Academia de la Lengua Española fue una poeta mayúscula y, además, sáfica. Carmen Conde fue nombrada Académica de la RAE en 1978. En 1978 cesan los más de 40 años de correspondencia con su pareja, Amanda Junquera. Ya no hacía falta; vivían juntas.

    Amanda Junquera y Carmen Conde en una playa de Santander en 1945. Ayto. Cartagena

    Carmen (Cartagena, 1907) y Amanda (Madrid, 1898) se conocen en febrero de 1936, en la inauguración de la Universidad Popular de Cartagena en la Región de Murcia de España. Carmen Conde había participado en la creación de esta institución junto a su marido, el poeta Antonio Oliver. Amanda también era escritora, de ensayo y relatos principalmente, aunque muchos de ellos los publicaba bajo el seudónimo de Isabel de Ambía. Conectan de inmediato e intercambian señas (una vive en Murcia y la otra en Cartagena). Aquí empieza su intensa correspondencia.

    En dichas cartas aluden a un código lésbico propio: Conde le habla de D.H. Lawrence, de Virginia Wolf y de Katherine Mansfield, lo cual entiende Amanda que les «ponen en una misma ruta emocional«.
    No era la primera vez que Conde usaba la carta de K. Mansfield para tantear a una amiga por correspondencia puesto que ya lo había hecho (con éxito) con Ernestina de Chapourcín, pero esa es otra historia.

    Un lenguaje propio

    Sabemos quiénes eran Wolf y Lawrence, pero no nos ha llegado tanto sobre Mansfield.

    Katherine Mansfield

    Carmen se inició en el mundo de la literatura escribiendo cartas a conocidos escritores. Era una fangirl, una joven con enormes ganas de tener una amistad y de intercambiar todo su intelecto con alguien a su altura. El primero en responderle fue un novelista decimonónico que hizo honor a su época cuando le indicó que las mujeres no debían de escribir. Afortunadamente, Carmen Conde se pasó por la enagua el comentario y continuó con su afición escribiendo a (y recibiendo misivas de) Gabriela Mistral o Juan Ramón Jiménez.

    Más tarde trasformó esta pasión en una ficción escribiendo Cartas a Katherine Mansfield, una serie de epístolas únicas, escritas en 1935, cuando Conde tiene veintipocos años. Más que unas cartas son un diálogo sin repuesta, un monólogo apasionado con la escritora neozelandesa Katherine que había fallecido doce años antes.

    Considerada una de las mejores escritoras de cuentos de su generación, Katherine Mansfield también fue conocida por la libertad de su estilo de vida bohemio (formaba parte del grupo Bloomsbury), casada dos veces que llamaba «esposa» a su amante lesbiana.

    Lo que Conde encontró a través de la lectura y el «diálogo» con Mansfield fue una exhortación a arriesgarlo todo y ser ella misma:

    «Me parece que llega un momento en la vida en que uno debe darse cuenta de que ha crecido… La vida es tan corta. El mundo es rico. Hay tantas aventuras posibles. ¿Por qué no reunimos nuestras fuerzas y VIVIMOS?»

    –Katherine Mansfield.

    La importancia de los referentes…

    Así, la mención de Mansfield es típica de un código lésbico de la posguerra española, que utiliza una figura icónica para significar lo que no puede decirse directamente. Conde sin duda había leído a Mansfield, y sus propias «cartas» revelan a una mujer apasionada y sensual que busca una confidente que la lea, la comprenda y comparta su propia dedicación a la vida y la literatura.

    Con Amanda en esa «misma ruta emocional», Conde encuentra el amor de su vida adulta.

    Un mes después de su primer encuentro, Conde le dedica libros y poemas a Amanda, que describen explícitamente su deseo y amor por ella.

    «Para Amanda, tan yo misma, con toda una vida detrás de nosotras y lo que nos queda juntas».

    «Entonces, juntándome a ti, fluiremos juntas».

    «No he sido yo tan yo nunca en mi vida»

    Sobre el contenido y evolución de las cartas, este ensayo de María Luz Bort Caballero, de la Universidad de Huelva.

    Poco más de un año después de conocerse, en junio de 1937, las dos mujeres planean unas vacaciones juntas, sin sus maridos, al Parque Natural Penyal d’Ifac de Valencia, donde afirman su relación.

    Menos mal que no fueron las típicas sáficas que no sabían si la otra quería tema o simplemente estaba siendo maja.

    El pudor, la timidez o la autocensura han destrozado la libre expresión de la pasión amorosa fuera de la heteronorma. Mucha de la poesía femenina está atravesada por metáforas, analogías y figuras que obligan a hacer segundas y terceras lecturas. ¡Hasta yo misma me corto muchas veces cuando escribo hoy en día!

    Para colmo, Carmen Conde era muy buena escritora, era brillante, y hacía ese masking lésbico tan bien que da rabia. Un ejemplo, Conde narra en su autobiografía (Por el camino. 1985) ese primer viaje sin maridos. Para ello usa la autoficción combinada con ese juego típico de adivinar qué relación guardan dos personas cuando las ves aparecer para hablar de ellas mismas:

    Mas, he aquí que de pronto ingresan unos “nuevos” en el comedor: son jóvenes, hombre y mujer; cuando empiecen a comer veremos si esposos o amantes. El vino frío y claro que empaña las copas, refleja una sonrisa del hombre enamorado; ávida, por los ojos entornados de ella: son amantes.

    Estos amantes tienen unas cualidades que Conde transmuta en ellas:

    Mi compañera [Amanda] tiene los ojos llenos de azul; ahora no son oscuros como ayer, sino claros… y tienen un Ifach pequeñito en cada pupila. En la copa de agua que [Amanda] levanta, se reflejan los cabellos rubios y alborotados [de Amanda] del recién llegado amante [Carmen/él]; y yo [Carmen] levanto la mía para ver la cabeza morena y firme de ella [Amanda/ella].
    Ya los amantes habían decidido no comer. Y se miraban a los ojos, entristecida ella, febriciente él, con silencio en los labios. Solo una vez, ella [Amanda] los movió y yo [Carmen] entendí: Te quiero. Y él [Carmen] sonrió con amargura. Dijo: Yo, más.
    Todos se iban a la noche; encendimos cigarrillos y continuamos dialogando.

    Los corchetes y la interpretación no son míos, sino de K. M. Simbald. También Francisco Javier Díez ha analizado la poesía de la poeta en Carmen Conde, desde su Edén (2021).

    Todo lo cual, junto con las fotografías tomadas por Conde en las vacaciones, hace que el comentario final sea curiosamente explícito a pesar de la confusión de identidad:

    Amanda Junquera (izquierda) y Carmen Conde (derecha)

    —¿Te gustan?
    —Sí; porque se viven a sí mismos sin preocupación e íntegramente.
    —Van a pasar una noche muy difícil.
    —Su amor les salvará.
    Cuando se levantaron, él la cogió nerviosamente de un brazo y, en las escaleras, ella le besó en la sien. Su gesto al besarle era tan dulce, tan dolido, que él la abrazó por la cintura con pasión.
    Nos miramos nosotras sonriendo. Y los ojos de mi amiga a los míos cantaron las propias inquietudes…
    —¿Te has enamorado de veras?
    Mas, el silencio fue tan elocuente como eficaz…
    Era casi la medianoche… ¿Quién oiría cantar las sirenas?

    Convivencia a cuatro

    Con su marido en prisión tras la Guerra Civil, Carmen se muda a Madrid para vivir junto al matrimonio Junquera-Alcázar. Cayetano Alcázar, el marido de Amanda, era conocedor y cómplice necesario de la relación de ambas. El matrimonio interce por Carmen cuando la someten a una investigación por colaboración con la República. Si bien Cayetano también había luchado en el frente en el mismo destino que Antonio Oliver, se ha movido mejor que el poeta en el entramado de contactos y favores para sortear la prisión.

    Cuando excarcelan a Oliver (marido de Carmen) este se traslada también a la vivienda de Junquera-Alcázar. Si bien, él no es tan complaciente con la pareja de amantes, su situación política y profesional no le deja muchas opciones. A Antonio Oliver no le cae muy bien Cayetano y la convivencia en aquella casa es bastante dura. Por ejemplo, a Antonio no le gustan nada las nuevas amistades que Carmen hacía en el Lyceum Club y Conde le acusa de «conducta incongruente» y se lamenta de los «horribles, espantosos y violentos disgustos» que este le da. Aunque la relación ya venía resintiéndose desde un aborto natural que sufrió Conde.

    Puedo imaginarme los días felices que vivieron juntas mientras sus maridos luchaban en el frente, jugándose la vida. La disociación debió ser brutal.

    En este periodo hay viajes o estancias lejos de casa, ya sea en grupo, por parejas oficiales o ellas solas. Los cuatro intentando vivir en la asfixiante sociedad del Franquismo, encontrando su sitio en una sociedad en la que no encajan, ni política ni socialmente. Hay amigos exiliados; otros fueron fusilados o viven escondidos o encarcelados. Y en toda esa podedumbre humana, el amor entre Carmen y Amanda.

    Caídas en el olvido

    Cayetano fallece en el 58 y Antonio una década después dejando a la pareja por fin libre de teatrillos. Entre «Carmen Conde y Amanda Junquera hubo una relación amorosa que dura toda su vida y que tanto los maridos como su círculo más cercano lo sabía

    Amanda está enferma de Alzheimer y, cuando empeora, su hermana se hace cargo. Carmen se va a vivir a un piso en la calle Ferraz.

    «Desde las 2:30, toda la madrugada del 25, más toda la noche, sin dormir, llorando por Amanda, y conteniéndome por no correr a casa de Mercedes. Ayer tarde ya la vi muriéndose. ¡Dios mío! Estoy deshecha».

    Amanda fallece en 1986. Fue la primera lectora y la crítica de las obras de Carmen durante su proceso de creación, por lo que la huella de Junquera es permanente en su obra, un mundo que ambas compartieron durante cuarenta y dos de los cincuenta años que perduró su relación. Además escribieron dos obras de teatro juntas.

    Carmen murió en una residencia en 1996, también enferma de Alzheimer.

    La relación epistolar entre Conde y Junquera, que abarca desde 1936 hasta 1978, está documentada en el Epistolario Carmen Conde – Amanda Junquera (Fran Garcerá, 2021). Este conjunto de 393 cartas ofrece una visión íntima de su vínculo y de cómo navegaban su relación en una sociedad que no aceptaba abiertamente su amor.

    Aunque ya hay personas estudiando y manifestando su legado, hagamos que no vuelvan a caer en el olvido. En el Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver, en Cartagena (Murcia) se encargan de custodiar y divulgar la vida y obra de Conde y de su amor por las letras y por Amanda.

    Por cierto, ¿sabes qué letra ocupó Carmen Conde en su sillón de la RAE?

    La K de Katherine.

    ¿Te gustas las historias de amor lésbicas?

    Mi última novela

    portada Herederas de Safo, novela de A. M. Irún

    La más popular

    Novela lésbica: Nico, por favor

    La favorita de la autora

    Una buena amiga vol. 1
  • Mafin, fanfics y la cuarta pared

    Mafin, fanfics y la cuarta pared

    Yo salí del armario tarde y por eso me he perdido algunas cosas que otras mujeres lesbianas de mi edad sí vivieron, como el meterse en foros de Maca y Esther o escribir fanfics en Fotolog o alguna plataforma ya extinta. Vaya, que estaba muy perdida en lo referente a algunos códigos lésbicos, por así decirlo.

    Por supuesto, si empecé tarde, más perdida andaba conforme avanzaban dichos códigos. Reflexiono sobre esto en una de mis últimas novelas, Una buena amiga, pero no estamos aquí para vender. Bueno sí, pero ahora no. Ahora toca reflexionar sobre fanfics y cultura lésbica.

    Uno de esos códigos que me ha pillado mayor es el mundo fanfics.

    Ahora empiezo a pillarles el truco y a saber por qué existe esa necesidad de tomar personajes creados por otros para escribir historias diferentes. 

    Tomemos la pareja lésbica de moda: #Mafin, de Sueños de Libertad.

    Ya (me) expliqué porqué nos gusta tanto un drama lésbico ambientado en épocas donde nuestro amor estaba prohibido. Ahora, a la reparación de los relojes, añado una capa más: la ruptura de la cuarta pared.

    Rompiendo la cuarta pared

    Marta y Fina no son, estrictamente hablando, personajes pensados para satisfacer al fandom lésbico. Sus historias responden a las necesidades de una telenovela, con sus propios ritmos y prioridades narrativas, no a la ficción lésbica en sí.

    Y, sin embargo, para nosotras representan algo más. Algo que la serie no puede o no quiere explorar en su totalidad.

    A veces nos pasa que no reconocemos a los personajes porque en ese momento están al servicio de la trama, no de su personaje.

    Y esto nos genera frustración.

    Con Sueños de libertad es especialmente sangrante porque empezaron la ficción definiendo muy bien a sus personajes. ¡Por eso nos engancharon!

    Hay que tener en cuenta que los guionistas van a full en una diaria y no hay mucho espacio para la reflexión: son cortoplacistas y deben trabajar rápido dejando por el camino algunas buenas oportunidades para contar más cosas de los personajes.

    Aquí es donde entran los fanfics: recogen toda esa frustración y crean algo nuevo para llenar los vacíos, reparar las injusticias y regalarnos las historias que desearíamos ver en pantalla.

    La barrera invisible que separa a los personajes de su audiencia se diluye cuando el fandom toma las riendas de su historia y la lleva fuera del espacio acotado por el guión de la serie. Los fanfics de #Mafin expanden los límites de la historia oficial y nos permiten imaginar otras tramas posibles entre Fina y Marta.

    Es como tener a las actrices a tu disposición, deseosas por seguir contando su historia de amor, acercándose a ti. Salen del camerino y se dirigen a ti, y te pregunta: «Venga, ¿qué quieres que cuente hoy?».

    Yo misma he escrito fanfics (con Luimelia quise llenar el vacío de su primera relación sexual que, por razones obvias, no se mostró en la tele; con Dianhoa quise explorar las reticencias de Diana a la hora de mostrar su amor hacia Ainhoa en público; y con Barcedes te lo cuento más abajo) y si no sintiera cierto reparo por usar personajes creados por otras personas, escribiría más.

    ¿Te imaginas una comedia de enredos con ese supuesto matrimonio a 4 que vemos en el horizonte entre Marta y Pelayo, y Fina y Darío?

    De personajes a avatares

    Eso sí, reconozco que lo que aún me está costando entender es lo de llevar los personajes de Marta y Fina a otras historias que nada tienen que ver con el universo de Sueños de libertad. A estos fanfics se les llama AU. Son historias ambientadas en universos alternativos en los que los personajes viven en la actualidad o incluso en otra época, son abogadas, médicos o jugadoras de tenis y poco tienen que ver con la historia original donde nacieron, como si fueran meras cáscaras o avatares para cumplir nuestros fetiches.

    Estuve muy obsesionada con Barcedes. Quería tanto a Mechita y Bárbara, la pareja lésbica de la telenovela chilena Perdona nuestros pecados, me urgía tanto un final feliz para ellas que escribí una manera de traerlas a la actualidad, donde su amor no sería (tan) castigado. Pero no me salía inventarme un contexto nuevo para ellas, saltarme su contexto y ponerlas en otro espacio y lugar, tenía que hacerlo desde su contexto original. Y no se me ocurrió mejor manera que inventarme un viaje en el tiempo. Usé el combo de temporalidad queer y ruptura de la cuarta pared 😁

    ¿Dónde está el límite entre una historia inspirada en los personajes y otra totalmente alejada de su contexto? Quiero decir, lo que nos gusta de Fina es su seguridad en sí misma y en su sexualidad en un momento de libertades cercenadas; de Marta todo el viaje que está haciendo desde su posición privilegiada (por venir de familia bien), pero no tanto (por ser mujer en el Franquismo). Si las sacamos de ahí, ¿no le estamos quitando parte de su personalidad, de eso que nos ha enamorado de ellas?

    Este post está basado en una carta que envié hace unas semanas a las personas que están suscritas a mi lista de correo. Gracias a ellas, a quienes me respondieron, di en el clavo, o al menos en uno de ellos, y entendí por qué al fandom le gustan tanto los AUs, pese a sacar a los personajes del contexto que nos enamoró.

    También me dieron una lista de un puñado de buenos AU basados en #Mafin 😃

    Pero eso ya lo dejamos para otro post, que va a empezar la novelita.

    Este artículo forma parte de una trilogía:

    1. Mafin y la reparación de los relojes
    2. Mafin, fanfics y la cuarta pared
    3. Universos alternativos y Mafin

  • Querida escritora de novela lésbica, tenemos que hablar de IA

    Apreciada compañera de letras, tenemos un problema.

    Actualmente, el poder de la inteligencia artificial (IA) está mayoritariamente en manos de señores blancos heterosexuales con trajes de Silicon Valley que probablemente no podrían distinguir entre un buen romance lésbico y el manual de instrucciones de un microondas. Pero, ¿qué significa esto para quienes escribimos y leemos estas historias que tanto nos importan?

    Esta carta pretende abrir un diálogo real y cercano entre quienes creamos estas narrativas y quienes las disfrutan, abordando preguntas que nos apelan directamente antes de que no tengamos capacidad de reacción.

    Sabemos que escribir novela lésbica no es solo un acto literario; es también un acto político y personal. Nuestras historias aportan visibilidad, validación y un espacio seguro para las mujeres lesbianas y bisexuales, que bien sabe Dios Safo que lo necesitamos. Sin embargo, ¿cómo se relaciona nuestra literatura con el auge de la inteligencia artificial?

    En España, el Ministerio de Cultura pretende regular el entrenamiento de inteligencias artificiales (IA) mediante «licencias ampliadas». Su idea es delegar en entidades como CEDRO o SGAE la concesión de licencias colectivas ampliadas para la explotación masiva de obras y prestaciones protegidas por derechos de propiedad intelectual para el desarrollo de modelos de IA.

    Esto significa que tus novelas podrían estar siendo utilizadas para entrenar modelos de lenguaje sin que tú lo sepas ni lo autorices.

    El real decreto propone un sistema de «licencias colectivas ampliadas» que permitiría a las sociedades de gestión licenciar obras para el entrenamiento de IA, incluso sin el consentimiento explícito de los autores.

    Para más información sobre este tema, puedes consultar este artículo de Safe Creative.

    La IA aprende de nuestras tramas, voces y estilos, y eventualmente podría replicarlos.

    –Bueno, A.M., pero yo soy una autora autopublicada en Amazon y CEDRO no gestiona mis derechos de autor. Esto no me afecta –dirás.

    Y tienes razón. A medias.

    Amazon, donde muchas publicamos nuestras novelas, también plantean interrogantes.

    Para empezar, su dueño, Jeff Bezos, es dueño también del The Washington Post. El periódico ya ha vivido dos casos de intervención en su línea editorial.

    La intervención de Bezos en la línea editorial del diario enseñó la patita por primera vez cuando decidió no tomar partido por ninguno de los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, cuando tradicionalmente, había apoyado al candidato del partido Demócrata. Te recuerdo que este periódico fue quien desató el escándalo de las escuchas de Richard Nixon que le llevó a su dimisión. Es decir, era reconocido por ser un bastión de la vigilancia del poder.

    La segunda vez ha sido más reciente, con la dimisión de una de sus viñetistas (ganadora de un Pulitzer) cuando la jefatura de redacción rechazó publicar esta viñeta.

    Unos fácilmente reconocibles Jeff Bezos (Amazon), Sam Altman (OpenAI) y Marlk Zukerberg (Meta) entregando dinero al poder. Mickey Mouse directamente postrado a sus pies.

    Cierto es que la dibujante se la jugó al poner ahí al jefazo, pero, ¡coñe! Su libertad de expresión ha sido cercenada en el país de las libertades.

    –Ya, A.M., pero The Wahsington Post es una cosa y Kindle otra. Somos unas mindundis y no hay tanto mercado en la novela lésbica como para intervenirlo. Nadie reparará en nosotras –dirás.

    Y… Bueno, tengo malas noticias.

    Una investigación ha revelado que Spotify está usando artistas fantasma para colarlos en sus listas de recomendados y ahorrarse unos euretes en el reparto de royalties.

    El modelo de negocio de Amazon se basa en la oferta masiva de contenidos, y la IA es una herramienta perfecta para (1) aprender de los escritores que suben sus novelas a la plataforma; (2) escribir sus propias novelas; e incluso, si me apuras (3) escribir las reseñas de esas novelas (muy positivas, por supuesto).

    El círculo se cerraría con la adaptación de esas historias creadas con IA a películas para Prime Video (y ahorrarse también el reparto de derechos con los guionistas, sí, esos que estuvieron en huelga en 2023 y por el cual nos quedamos con las ganas de la segunda temporada de The Last of Us).

    ¿Podría Amazon estar desarrollando «escritores fantasma» para escribir novelas, reduciendo así los costes de regalías? En una batalla por la creación del contenido por la audiencia entre la máquina y la humana, ¿quién crees que ganaría?

    –Joder, A.M., ¿y entonces qué hacemos? –me increparás.

    No lo sé, querida, por eso esta carta es abierta.

    Queridas lectoras, vosotras sois el alma de la novela lésbica. Sin vuestro apoyo y entusiasmo, nuestras historias no tendrían el impacto que tienen. Pero también es importante que os preguntéis: ¿es posible que ya hayáis leído una novela escrita o traducida por IA sin daros cuenta?

    Quizá notasteis un estilo genérico o un enfoque que, aunque «correcto», carecía de alma. O quizá no lo notasteis porque el algoritmo aprendió demasiado bien de nosotras las escritoras. Sea como sea, esto plantea una pregunta crucial: ¿os importa que la novela que leéis haya sido escrita por una persona o por una máquina? ¿Creéis que seríais capaces de diferenciarla?

    Si nuestras historias son, ante todo, reflejo de nuestras vivencias, emociones y perspectivas, ¿podría una IA comprender y transmitir esas sutilezas?

    Y si os da igual porque al final sólo quieres llegar a casa y leer un rato, ¿qué significa para el futuro de la literatura lésbica que los creadores de IA, los que ya están inundando internet de contenido, sean básicamente señoros?

    Este es el momento de preguntarnos qué ficción lésbica queremos construir y quién debe hacerlo. Nuestra literatura debe seguir siendo un espacio de diversidad, resistencia y creatividad humana. Autoras y lectoras debemos fortalecer la comunidad que compartimos en tres ejes principales: apoyo directo, defensa de la autoría y promoción de la autenticidad.

    No podemos esperar más transparencia de las plataformas, ni, visto está, una regulación que nos proteja, pero sí podemos pediros compromiso a las lectoras para apoyar a autoras reales y valorar su trabajo.

    Lee, recomienda, reseña, conversa, visibiliza… Hagámoslo real.

    La ficción lésbica no es solo un género; es una comunidad. Nos corresponde a todas protegerla para que mantenga su autenticidad.

    Con cariño,

    A. M.