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Categoría: herstory
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La memoria colectiva de la cultura sáfica que no deberíamos olvidar
Sentaos, sentaos, que os voy a contar una historia de foros, subtítulos caseros y resúmenes en Lesbicanarias.

Cuando yo empecé a publicar novela lésbica, allá por el año 42 d. C.1 había un debate candente (¡qué tiempos en los que había debates candentes en torno a la literatura lésbica!). El debate era, precisamente, si debíamos denominarnos como literatura lésbica o si esta era una etiqueta reduccionista. Al fin y al cabo, nuestra realidad es una más dentro de la normalidad y etiquetarnos era, por tanto, diferenciarnos.
Yo era de las que pensaban que sí era necesario etiquetarnos. Escribí sobre ello en HULEMS2, de hecho. Venía a decir que hay literatura lésbica porque hay una lectora huérfana de historias que la representen, que representen su lesbianidad.
Llevamos siglos huérfanas de historias y las buscamos como oasis en el desierto. Mi generación ha hecho arqueología lésbica para encontrar representación, por mínima que fuera, en cualquier rincón de Internet.
–Hay una serie alemana donde dos chicas se hacen tilín.
Allá vamos, meine liebe.
–Hay una soap opera con una adolescente a la que parece que le gusta su vecina.
Enchufa la kettle para el té, my dear.
–Ha salido la última temporada de «The L Word» pero todavía no están los subs en español.
Oh, shit, here we go again.Foros, chats de MSN, enlaces de dudosa procedencia, canales-resumen de YouTube, los comentarios en Lesbicanarias, tutoriales para sincronizar los subtítulos en VLC, fanfics de (inserta aquí tu ship)… Todo eso formaba parte de lo que hoy podríamos llamar «cultura sáfica».
Hoy que «lo lésbico» ha permeado en el mainstream, ¿podemos seguir llamándola «cultura sáfica»?
Seguramente es porque me haga mayor y haya vivido esa escasez, pero me da miedo que se olvide todo este bagaje que nos ha traído hasta aquí (y por aquí me refiero a la España del siglo XXI, con muchos de nuestros derechos reconocidos por la ley).Cada conquista cultural y política tiene un precio que a veces se olvida cuando llega la abundancia. Yo lo viví desde la carencia: buscar migajas de representación en foros y subtítulos caseros, compartir spoilers en chats, leer fanfics como si fueran literatura de resistencia. Esa memoria de escasez, de ingenio colectivo, es un archivo que no debería borrarse porque explica por qué hoy se puede hablar de “normalidad”.
Cuando la cultura lésbica entra en el mainstream, corre el riesgo de volverse invisible como cultura específica, porque se da por hecho que “ya está todo conseguido”. Pero la historia reciente demuestra que los avances pueden revertirse, y lo simbólico (los relatos, los personajes, las comunidades) también son una forma de blindaje político.
La comunidad (¡las parejas!) que se formaba en foros, chats o subtitulando juntas una serie no solo buscaba ocio: generaba redes de apoyo, vínculos que muchas veces eran lo más parecido a un refugio, a un reconocimiento de nuestra propia existencia. Eso daba fuerza para reconocerse, salir del armario, reivindicar derechos.
¿Estoy diciendo que de aquel foro de Maca y Esther, estos derechos de matrimonio igualitario? Mmm, quizá.
Entonces, llegadas a este punto, ya no se trata solo de preguntarse si la etiqueta limita (como decía el debate inicial), sino de reconocer que nombra una tradición y una experiencia compartida. Tal vez la clave esté en pensarla no como única definición sino como archivo vivo.
Parte de esta cultura (el modem de 54k, las vibraciones de MSN, las fotos de actrices «a las que admirabas» pegadas en la carpeta de clase) se retrata en Una buena amiga que publiqué el año pasado en dos volúmenes y hoy recopilo en un único epub a un precio especial por tiempo limitado.
«Una buena amiga» completa.
Sólo en la web.
*Incluye diario de escritura.

- Este septiembre hace una década que publiqué Nico, por favor 😱 ↩︎
- El post de 2017 lo podéis leer aquí. ↩︎