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Categoría: sobre escribir
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Diario de una escritora de novela lésbica #32
Lee bien el título. Escritora. Lésbica. Eso sólo puede significar una cosa: tengo las uñas cortas.
Las uñas de la manos derecha bien cortitas por escritora, y las de la izquierda por lesbiana 😎
Tópicos y bromas aparte, lo de las uña es una cosa que me trae loca. Me gustan cortas. De joven me las mordía hasta que llegué a la Universidad.
A mi madre le traen más loca todavía, se piensa que se me van a infectar porque considera que me las dejo rasas.
Pero es que me da dentera que mis uñas choquen contra el teclado. ¿Ese meme de la mujer negra mascando chicle y tecleando con sus uñas largas? Dentera. Gracioso, pero dentera. ¿El de Peter Griffin con sus uñas largas y rosas? Ídem.
Ese cla-cla-cla que produce el choque de las uñas contra las teclas… Brrr. Escalofrío. Piel de gallina. Rechinar de dientes.
Lo que sí que no consigo quitarme es lo de morderme los pellejos. Es autocanibalismo normalizado. Normalmente es por nerviosismo o estrés. Luego ya sigo por cabezonería y aquello termina con una tira larga y rosácea que deja la primera capa de piel al aire libre y que escuece que no veas.
Además, es una fuente de distracción más, por si tuviera pocas ya.
¿A que no pensabas leer hoy sobre uñas? Es lo que tiene un diario, cada día una sorpresa.
[Palabras escritas hoy: 1281]
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Diario de una escritora de novela lésbica #31
Alerta: Me pongo sería y un poco conspiranoica.Ayer leí esta noticia, y aunque el mundo de la música y el de la literatura es distinto, sí que me dio qué pensar.
Justo este fin de semana mi sobrino me preguntó qué era eso de que los números eran infinitos, que en algún punto tenían que acabar. Le intenté explicar que en la teoría los números son infinitos, pero en la práctica nadie se ha puesto a demostrarlo. Se pegaría toda la vida diciendo números y aún así no llegaría al último.Creer en lo infinito es un acto de fe.
Hasta ahora nos pensábamos que Internet era infinito. Nos pensamos que «la nube» es infinita, que soporta todas las fotos que nos hacemos, la música que escuchamos, los libros que leemos. Nos reíamos de quien se compraba las películas en formato DVD, de quien se imprimía las fotos para ponerlas en un album, de quien se dejaba los cuartos comprando en papel porque total con Kindle Unlimited puedes leer todo lo que quieras sin cargar contigo el peso de la literatura.
Y llega esta noticia de que Deezer (una alternativa a Spotify) y Universal llegan a un acuerdo para que el reproductor no incluya «tonelada de basura sin apenas valor para los verdaderos oyentes».
Deezer, como Spotify, como Amazon, reparte el dinero de la publicidad y de las suscripciones entre las productoras que cuelgan sus canciones en la plataforma en función del número de reproducciones. Estas supuestamente las reparten entre sus artistas.
“El dinero que reparte Spotify no es infinito, pero tiene que repartirlo entre todos los artistas y canciones. Y si todos los meses se suben tres millones de canciones, ese reparto se diluye. Las plataformas tienen que empezar a ver hacia dónde va ese dinero”, dice el artículo.
Si eliminas esa «tonelada de basura sin apenas valor», hay más dinero a repartir.
Ahora las plataformas están centradas en el «cuanto más contenido, mejor». Es el caso también de Amazon, que te premia con un mejor posicionamiento cuanto más publiques. Pero si alguna gran plataforma cierra el grifo, la industria vivirá un gran cambio.
Deezer ya lo ha hecho. Está por ver si le seguirá Spotify. Y está por ver si a Spotify le seguirán otras plataformas, llámese Kindle, Netflix o YouTube.
La nube no es infinita (no dejan de ser servidores, ordenadores de otros) y el coste de su almacenamiento hay que pagarlo.
Pero, ¿quién decide qué es basura? ¿Cuáles son los criterios? ¿Es la literatura lésbica basura, propaganda o literatura? ¿Se salvará de la quema?
Yo por si acaso te digo que mis novelas están también en papel y que también las puedes comprar y descargar en mi web, que no es infinita, pero al menos sé dónde está alojada.
[Palabras escritas hoy: 561]
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Diario de una escritora de novela lésbica #30
Me despierto con el despertador de mi novia, que lo tiene puesto a las 6:24. Ni un minuto más ni uno menos. Sí, es de esas.
Mientras ella se prepara, yo remoloneo un poco en la cama consciente de que esos minutos que estoy bajo las sábanas es tiempo que me resto de escribir.
Me levanto, abro la ventana para airear la habitación y, si tengo que ir a la oficina a trabajar presencial, me ducho y me arreglo el pelo. Aquí lo mismo: cuanto más rato esté arreglándome el pelo, menos estaré escribiendo. Pero cuanto menos rato esté arreglándome el pelo, peor me quedará.
Mi novia se va a currar y yo me hago un café y me pongo a escribir. Pueden ser 25 o 15 minutos en función de lo anterior.
Para más inri, a veces el reloj de mi portátil pierde el ritmo y me marca un minutaje diferente al real. Cuando voy contrarreloj esto es peligrosísimo.
Menudos dramas me monto.
La sensación de escribir contrarreloj me viene bien. Me apremia, me obliga a escribir.
Debo dejarme unos minutos de reserva para hacer la cama y lavarme los dientes. Confieso que muchas veces he sacrificado lavarme los dientes y lo he hecho en el trabajo.
Si me quedo en casa trabajando, tengo algo más de tiempo para escribir (y remolonear en la cama).
Lo que no escriba en este rato, no lo escribo ya en todo el día, porque por las tardes prefiero ver la tele o leer o a hacer ejercicio. Y por las noches cenamos pronto porque MI NOVIA SE PONE EL DESPERTADOR A LAS 6:24.
Y esta es mi morning routine. ¿Cómo te quedas?
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Diario de una escritora de novela lésbica #29
[insertar aquí una escena que enganche con otra anterior]
Me dejo mensajes así por el estilo a lo largo de la novela para evitar bloqueos.
Si no me sale nada de primeras, abro corchetes y dejo un mensaje para la A. M. del futuro.
Antes de ser una historia completa, una novela es una conversación conmigo misma.
Dicen que los escritores somos introvertidos y que por eso escribimos. Yo no lo creo. Hay escritoras que no paran de hablar y necesitan escribir, precisamente, para seguir hablando.
En mi caso, escribo por curiosidad, por saber cómo se desarrollan los plots que me surgen cuando algo me llama la atención en la calle, cuando conozco a una persona o cuando me voy a dormir.
Siempre he sido una persona muy curiosa. He querido saberlo todo, aprenderlo todo, empaparme. Esto hace que me surjan más dudas todavía, que mi curiosidad se incentive, y que tenga que inventarme las respuestas con historias y personajes.
La curiosidad mata al gato, dicen. A mí no me ha matado, pero algunas cicatrices sí me ha dejado.
Y también 9 novelas escritas, claro.
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Diario de una escritora de novela lésbica #28
Tengo que convencer muchas veces a lo largo del proceso de escritura de que no estoy alicatando el baño, sino que estoy poniendo los cimientos.
Es algo muy común, por lo menos en mi, eso de querer ir al detalle de la escena y dejarla cerrada en un primer borrador. Y no tengo mayor bloqueador para mi novela que este empecinamiento.
Por eso tengo que estar avispada para darme cuenta de cuándo estoy cayendo en eso antes de bloquearme.
Ya llegará el momento de elegir la baldosa del baño.
La baldosa del baño es decoración. Sirve para inspirarte un sentimiento u otro. Pero si la tubería no está bien metida, al final salen humedades y se te cae el relato. Perdón, el alicatado.
Ya estoy con mis metáforas. Ya me disculparás.
Pues eso, hoy he metido bien de cimientos para las próximas escenas. Deben estar bien apuntaladas porque estamos llegando al clímax de la novela.
No sé cuántos días llevo diciendo que estoy llegando al clímax. No sé si es porque la escalada está siendo larga o porque escribo de poco en poco cada día y parece que nunca llego.
Creo que es lo segundo, pero no descarto que sea porque se me haya quedado algún muro de carga por poner 😂 Después de 9 novelas, sería para matarme.
Sigo poniendo hormigón.
[Palabras escritas hoy: 791]
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Diario de una escritora de novela lésbica #27
Creo que aún no he dicho de qué estoy escribiendo. Tras varias novelas más complicadas de sacar (el juego de espionaje en «Una estrella danzante», donde Jana danza de un rol a otro, las medias verdades de Lorena en «Mi mentira más sincera» o la historia llena de personajes dispares de «La gran sonrisa») me apetecía escribir algo más ligero.
Y aquí estoy, escribiendo una romántica de enredos con cuatro mujeres en sus 40 que heteros no son.
¿Sabes esas historias de que a un personaje le gusta otro, pero no se lo dice y se pone a salir con otra y entonces parece que nace un interés aunque tampoco se lo dice y todo se complica mientras tú como lectora estás que rabias porque lo sabes todo y lo ves más sencillo de lo que los personajes lo están haciendo? Pues eso.
He querido que mis protagonistas ronden los 40 porque el contraste de ellas comportándose como chiquillas adolescentes es muy gracioso. Además, recalca esa homosexualidad tardía, ese tiempo perdido que quieres recuperar con tantas ganas que te hace comportarte como una cría de 15 años.
Cuente esto como marca de copyright, por si aparece una novela publicada antes que la mía, pero escrita después de esta entrada…
[Palabras escritas hoy: 861]
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Diario de una escritora de novela lésica #26
880 palabras de Calatayud a Guadalajara en AVE.
Hoy vuelvo a escribir in itinere.
Casi no lo hago. Me daba vergüenza escribir con una persona al lado. Ya me da cosa que la gente trabaje en un tren, con sus correos abiertos, sus conversaciones de chat, sus plataformas de CRM o sus pipelines a la vista de todos, como para ponerme yo a escribir mi novelita lésbica.
La persona que se ha sentado a mi lado ha esperado a salir de Calatayud para levantarse, supongo, para ir a la cafetería.
Ha sido mi momento: he sacado el portátil y me he puesto a escribir.
He entrado en modo túnel, valga la expresión. El tren a 300 km/h y yo tecleando fast&furious.
Además, era una escena llena de nostalgia. Me ha salido sola, pese a que no tenía muy claro qué quería escribir.
Puede que no pase el corte de la edición, pero igualmente compartiré la escena por alguna vía, porque me ha gustado escribirla.
Ha sido como si el AVE, en lugar de ir a Madrid, haya ido directamente a mi pasado. Los recreativos, las monedas de 25 pesetas con el agujerito en el medio, la ropa de cani que te dejaba los riñones al aire.
Mira, sí, la meteré en la novela. Si es algo que he disfrutado escribiendo, seguro que disfrutarás leyéndola.
A veces ese es mi único argumento para mantener una escena “irrelevante” en una novela: que yo haya disfrutado escribiéndola.
[Palabras escritas hoy: 880]