Fanfic #Barcedes: Capítulo quinto

¿De qué va?

Historia basada en la telenovela «Perdone nuestros pecados», ambientada en el Chile de finales de los 50. Mercedes y Bárbara han confesado su amor por la otra, pero Sofía Quiroga las ha visto en una situación comprometida y las ha amenazado con contar a todo Villa Ruiseñor su relación.

¿Quieres empezar desde el principio?

Mercedes sonreía dormida. En sus sueños, paseaba con Bárbara por Villa Ruiseñor, tomadas de la mano. El sol se hacía paso entre las nubes en el cielo azul y una brisa cálida acariciaba sus rostros. La gente las saludaba por la calle. Las mujeres con una sonrisa, los hombres sacándose el sombrero.

–Buenos días, señorita directora. Buenos días, maestra –decían con una ligera inclinación del cuerpo–. Que tengan un buen día.

Ellas correspondían el saludo con una sonrisa que no les cabía en la cara. Una corriente recorrió toda su espalda.

El cuerpo de Mercedes comenzó a temblar sobre el colchón. En sueños, el suelo tembló y Villa Ruiseñor sufría una gran sacudida. Sus cimientos se venían abajo. La gente huía despavorida en todas las direcciones, con pañuelos, sombreros o partes de sus ropajes tapándole las bocas para no tragar el polvo que se estaba levantando.

El suelo empezó a abrirse bajo los pies de Mechita y, al levantar la vista, vio el rostro horrorizado de Bárbara, que no le soltaba la mano. Mercedes dio un salto para escapar de la raja, cada vez más ancha.

–¡Bárbara! –llamó a su amor.

El suelo se abría entre ellas y les resultaba imposible mantenerse unidas.

–Mercedes, mi amor, ¡salta! –le pidió Bárbara.

Sus pies estaban al borde del abismo. Un paso en falso y caerían al centro de la Tierra.

Su querido teatro comenzó a resquebrajarse. El cartel de la próxima película de estreno cayó al suelo y quedó enterrado en cascotes. El callejón que les servía de atajo, quedó sepultado por las paredes de los edificios aledaños. La hospedería caía piedra a piedra. La campana de la iglesia cayó con gran estrépito al suelo. Todos los escenarios donde se había desarrollado su historia de amor desaparecían bajo la grieta, cada vez más grande, más insaciable.

–¡Bárbara!

–¡Mercedes!

Los ojos encharcados de las mujeres junto con el polvo que inundaba el aire les impedían verse. Sólo sabían que seguían ahí por el tacto de sus manos. Pero también estas comenzaban a sucumbir al terremoto. La grieta entre Bárbara y Mercedes era cada vez más grande y sus dedos se separaban un poco más cada segundo que pasaba.

–Mercedes, ¡salta! –gritó Bárbara para hacerse oír por encima del estruendo–. Si vamos a morir, prefiero hacerlo contigo de la mano.

Sus pulgares se soltaron. EL meñique no aguantó mucho más.

–¡Salta, mi amor! ¡Saltemos a la de tres! –insistió Bárbara.

Mercedes pensó en lo injusta que había sido la vida con ellas que, ahora que empezaban a ser felices y libres, les castigaba con un acontecimiento de tal magnitud.

–¡Una! –gritó la directora.

–¡Dos! –le siguió Bárbara.

–¡Y tres! –dijeron al unísono.

Las dos mujeres saltaron al vacío tomadas de la mano. El corazón de Mercedes le subió hasta la garganta y salió a modo de grito.

Se incorporó sobre el colchón. Los ojos se le salían de las órbitas, pero estaba viva. Sudaba copiosamente, pero se sentía aliviada al saber que todo había sido una pesadilla.

Cuando Mercedes vio a Bárbara aparecer en su despacho, se echó en sus brazos. Bárbara la acogió con cierta frialdad.

–Barbarita, he tenido un sueño horrible. Horrible –dijo Mercedes–. Empezaba bonito, pero luego había un terremoto y todo se caía. Nosotras teníamos que saltar a la grieta.

Bárbara asintió de manera mecánica. Su mirada estaba ausente, perdida en algún punto lejos de aquella oficina.

–Bárbara, ¿qué te pasa? –preguntó Mercedes en cuanto se percató de la ausencia de su amante.

Bárbara se sentó en una silla y guardó silencio. Mercedes le acarició la mejilla e insistió.

–Mi amor, ¿estás bien? Cuéntame qué te ha pasado. ¿Te ha hecho algo Nicanor?

Pero Bárbara seguía muda. Una lágrima saltó en el trampolín de sus pestañas y mojó la mano de Mercedes al caer. La directora la abrazó con suavidad, pero el cuerpo de Bárbara parecía sin vida.

–Yo te voy a cuidar, Bárbara. Puedes estar segura de ello. Te salvaré. Te voy a sacar de aquí.

El ruido de unos nudillos golpeando el cristal de su puerta la asustó. Su estado anímico no mejoró cuando vio que era la pequeña de los Quiroga quien pedía entrar.

–¿Qué querrá la Sofía ahora?

Se separó de Bárbara y la colocó en la silla con la mirada clavada en el suelo. Las lágrimas caían gota a gota en el suelo formando un pequeño charco que distorsionaba la decoración geométrica de las baldosas.

–Buenos días –saludó Sofía con tonillo impertinente.

–Dígame qué desea, señorita Quiroga –Mercedes se mantuvo firme delante de la joven.

Sofía miró de reojo al suelo bajo los pies de Bárbara, pero no se echó atrás en sus pretensiones.

–Necesito que me suba la nota del último examen.

–¿Cómo subir? –preguntó anonadada Mercedes.

–Mi padre me prometió un viaje a Santiago si conseguía una buena media –se explicó Sofía.

–Pues para eso debe estudiar mucho más –dijo la directora.

Sofía jugó distraída con la manga de su jersey.

–Es tarde para eso. Es mejor que me suba la media. Ya sabe, como la última vez.

Mercedes tomó aire.

–No voy a consentir que me chantajee de nuevo.

–Creo que no le queda otra alternativa que hacer lo que le pido si no quiere que todo Villa Ruiseñor se entere de sus… –Sofía contuvo el aliento un segundo– cochinadas.

A Mercedes se le paró el corazón cuando escuchó aquello. Pensó en ella y Bárbara en la piscina, en la cama, en cualquier rincón que les permitiera dar rienda suelta a su pasión y sintió rabia al oír aquel calificativo. Para ella, hacer el amor con la persona que amaba era hermoso, profundo, mágico, y aquella niñata lo estaba profanando con su mente sucia y perversa.

–¿No querrá que el padre Raimundo se entere de que son ustedes unas pecadoras?

–¡Sofía Quiroga! –gritó Mercedes, pero Sofía no se acobardó. Todo lo contrario. Subió la barbilla un poco más y miró directamente a los ojos de su profesora. Mercedes se acercó a ella para hacer valer su posición y levantó el dedo índice–. Señorita Quiroga, soy la directora de esta escuela. Le exijo un respeto.

–¿Respeto por unas invertidas?

Mercedes tomó aire por la nariz y afianzó su actitud.

–Eres una desagradecida, Sofía. La señora Román y yo luchamos por ustedes, por todas las niñas de esta escuela. Nos ha costado mucho estar donde estamos. La mujer siempre ha estado relegada al papel de esposa y señora de su hogar. Nosotras luchamos para que usted y sus compañeras puedan elegir con quién casaros, si deseáis casaros, tener derecho a una formación superior de calidad que no se quede únicamente en la escuela elemental, sino que podáis aspirar a estudiar en una universidad, sin las trabas de los hombres. Gracias a mujeres como nosotras, que hemos aguantado lo indecible, vosotras podréis ir a la universidad. Así que sí, nos debes respeto y gratitud.

Sofía resopló. Su figura se había ido encogiendo con cada palabra de Mercedes.

–¿Y quién le ha dicho que quiero ir a la universidad? Yo me casaré con un hombre de buena posición, heredaré los bienes de mi padre, y no tendré que estudiar ni trabajar nunca –Se dirigió hacia la puerta y la abrió–. Ya sabe lo que tiene que hacer, directora Möller.

Ni el portazo que dio al salir y que hizo temblar los cristales de la oficina sacó a Bárbara de su ensimismamiento.

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