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Carmen y Amanda, escritoras y amantes durante el Franquismo
La primera mujer en entrar a la Real Academia de la Lengua Española fue una poeta mayúscula y, además, sáfica. Carmen Conde fue nombrada Académica de la RAE en 1978. En 1978 cesan los más de 40 años de correspondencia con su pareja, Amanda Junquera. Ya no hacía falta; vivían juntas.
Carmen (Cartagena, 1907) y Amanda (Madrid, 1898) se conocen en febrero de 1936, en la inauguración de la Universidad Popular de Cartagena en la Región de Murcia de España. Carmen Conde había participado en la creación de esta institución junto a su marido, el poeta Antonio Oliver. Amanda también era escritora, de ensayo y relatos principalmente, aunque muchos de ellos los publicaba bajo el seudónimo de Isabel de Ambía. Conectan de inmediato e intercambian señas (una vive en Murcia y la otra en Cartagena). Aquí empieza su intensa correspondencia.
En dichas cartas aluden a un código lésbico propio: Conde le habla de D.H. Lawrence, de Virginia Wolf y de Katherine Mansfield, lo cual entiende Amanda que les «ponen en una misma ruta emocional«.
No era la primera vez que Conde usaba la carta de K. Mansfield para tantear a una amiga por correspondencia puesto que ya lo había hecho (con éxito) con Ernestina de Chapourcín, pero esa es otra historia.
Un lenguaje propio
Sabemos quiénes eran Wolf y Lawrence, pero no nos ha llegado tanto sobre Mansfield.

Carmen se inició en el mundo de la literatura escribiendo cartas a conocidos escritores. Era una fangirl, una joven con enormes ganas de tener una amistad y de intercambiar todo su intelecto con alguien a su altura. El primero en responderle fue un novelista decimonónico que hizo honor a su época cuando le indicó que las mujeres no debían de escribir. Afortunadamente, Carmen Conde se pasó por la enagua el comentario y continuó con su afición escribiendo a (y recibiendo misivas de) Gabriela Mistral o Juan Ramón Jiménez.
Más tarde trasformó esta pasión en una ficción escribiendo Cartas a Katherine Mansfield, una serie de epístolas únicas, escritas en 1935, cuando Conde tiene veintipocos años. Más que unas cartas son un diálogo sin repuesta, un monólogo apasionado con la escritora neozelandesa Katherine que había fallecido doce años antes.
Considerada una de las mejores escritoras de cuentos de su generación, Katherine Mansfield también fue conocida por la libertad de su estilo de vida bohemio (formaba parte del grupo Bloomsbury), casada dos veces que llamaba «esposa» a su amante lesbiana.
Lo que Conde encontró a través de la lectura y el «diálogo» con Mansfield fue una exhortación a arriesgarlo todo y ser ella misma:
«Me parece que llega un momento en la vida en que uno debe darse cuenta de que ha crecido… La vida es tan corta. El mundo es rico. Hay tantas aventuras posibles. ¿Por qué no reunimos nuestras fuerzas y VIVIMOS?»
–Katherine Mansfield.
La importancia de los referentes…
Así, la mención de Mansfield es típica de un código lésbico de la posguerra española, que utiliza una figura icónica para significar lo que no puede decirse directamente. Conde sin duda había leído a Mansfield, y sus propias «cartas» revelan a una mujer apasionada y sensual que busca una confidente que la lea, la comprenda y comparta su propia dedicación a la vida y la literatura.
Con Amanda en esa «misma ruta emocional», Conde encuentra el amor de su vida adulta.
Un mes después de su primer encuentro, Conde le dedica libros y poemas a Amanda, que describen explícitamente su deseo y amor por ella.
«Para Amanda, tan yo misma, con toda una vida detrás de nosotras y lo que nos queda juntas».
«Entonces, juntándome a ti, fluiremos juntas».
«No he sido yo tan yo nunca en mi vida»
Sobre el contenido y evolución de las cartas, este ensayo de María Luz Bort Caballero, de la Universidad de Huelva.
Poco más de un año después de conocerse, en junio de 1937, las dos mujeres planean unas vacaciones juntas, sin sus maridos, al Parque Natural Penyal d’Ifac de Valencia, donde afirman su relación.
Menos mal que no fueron las típicas sáficas que no sabían si la otra quería tema o simplemente estaba siendo maja.
El pudor, la timidez o la autocensura han destrozado la libre expresión de la pasión amorosa fuera de la heteronorma. Mucha de la poesía femenina está atravesada por metáforas, analogías y figuras que obligan a hacer segundas y terceras lecturas. ¡Hasta yo misma me corto muchas veces cuando escribo hoy en día!
Para colmo, Carmen Conde era muy buena escritora, era brillante, y hacía ese masking lésbico tan bien que da rabia. Un ejemplo, Conde narra en su autobiografía (Por el camino. 1985) ese primer viaje sin maridos. Para ello usa la autoficción combinada con ese juego típico de adivinar qué relación guardan dos personas cuando las ves aparecer para hablar de ellas mismas:
Mas, he aquí que de pronto ingresan unos “nuevos” en el comedor: son jóvenes, hombre y mujer; cuando empiecen a comer veremos si esposos o amantes. El vino frío y claro que empaña las copas, refleja una sonrisa del hombre enamorado; ávida, por los ojos entornados de ella: son amantes.
Estos amantes tienen unas cualidades que Conde transmuta en ellas:
Mi compañera [Amanda] tiene los ojos llenos de azul; ahora no son oscuros como ayer, sino claros… y tienen un Ifach pequeñito en cada pupila. En la copa de agua que [Amanda] levanta, se reflejan los cabellos rubios y alborotados [de Amanda] del recién llegado amante [Carmen/él]; y yo [Carmen] levanto la mía para ver la cabeza morena y firme de ella [Amanda/ella].
Ya los amantes habían decidido no comer. Y se miraban a los ojos, entristecida ella, febriciente él, con silencio en los labios. Solo una vez, ella [Amanda] los movió y yo [Carmen] entendí: Te quiero. Y él [Carmen] sonrió con amargura. Dijo: Yo, más.
Todos se iban a la noche; encendimos cigarrillos y continuamos dialogando.
Los corchetes y la interpretación no son míos, sino de K. M. Simbald. También Francisco Javier Díez ha analizado la poesía de la poeta en Carmen Conde, desde su Edén (2021).
Todo lo cual, junto con las fotografías tomadas por Conde en las vacaciones, hace que el comentario final sea curiosamente explícito a pesar de la confusión de identidad:

—¿Te gustan?
—Sí; porque se viven a sí mismos sin preocupación e íntegramente.
—Van a pasar una noche muy difícil.
—Su amor les salvará.
Cuando se levantaron, él la cogió nerviosamente de un brazo y, en las escaleras, ella le besó en la sien. Su gesto al besarle era tan dulce, tan dolido, que él la abrazó por la cintura con pasión.
Nos miramos nosotras sonriendo. Y los ojos de mi amiga a los míos cantaron las propias inquietudes…
—¿Te has enamorado de veras?
Mas, el silencio fue tan elocuente como eficaz…
Era casi la medianoche… ¿Quién oiría cantar las sirenas?
Convivencia a cuatro
Con su marido en prisión tras la Guerra Civil, Carmen se muda a Madrid para vivir junto al matrimonio Junquera-Alcázar. Cayetano Alcázar, el marido de Amanda, era conocedor y cómplice necesario de la relación de ambas. El matrimonio interce por Carmen cuando la someten a una investigación por colaboración con la República. Si bien Cayetano también había luchado en el frente en el mismo destino que Antonio Oliver, se ha movido mejor que el poeta en el entramado de contactos y favores para sortear la prisión.
Cuando excarcelan a Oliver (marido de Carmen) este se traslada también a la vivienda de Junquera-Alcázar. Si bien, él no es tan complaciente con la pareja de amantes, su situación política y profesional no le deja muchas opciones. A Antonio Oliver no le cae muy bien Cayetano y la convivencia en aquella casa es bastante dura. Por ejemplo, a Antonio no le gustan nada las nuevas amistades que Carmen hacía en el Lyceum Club y Conde le acusa de «conducta incongruente» y se lamenta de los «horribles, espantosos y violentos disgustos» que este le da. Aunque la relación ya venía resintiéndose desde un aborto natural que sufrió Conde.
Puedo imaginarme los días felices que vivieron juntas mientras sus maridos luchaban en el frente, jugándose la vida. La disociación debió ser brutal.
En este periodo hay viajes o estancias lejos de casa, ya sea en grupo, por parejas oficiales o ellas solas. Los cuatro intentando vivir en la asfixiante sociedad del Franquismo, encontrando su sitio en una sociedad en la que no encajan, ni política ni socialmente. Hay amigos exiliados; otros fueron fusilados o viven escondidos o encarcelados. Y en toda esa podedumbre humana, el amor entre Carmen y Amanda.
Caídas en el olvido
Cayetano fallece en el 58 y Antonio una década después dejando a la pareja por fin libre de teatrillos. Entre «Carmen Conde y Amanda Junquera hubo una relación amorosa que dura toda su vida y que tanto los maridos como su círculo más cercano lo sabía.»
Amanda está enferma de Alzheimer y, cuando empeora, su hermana se hace cargo. Carmen se va a vivir a un piso en la calle Ferraz.
«Desde las 2:30, toda la madrugada del 25, más toda la noche, sin dormir, llorando por Amanda, y conteniéndome por no correr a casa de Mercedes. Ayer tarde ya la vi muriéndose. ¡Dios mío! Estoy deshecha».
Amanda fallece en 1986. Fue la primera lectora y la crítica de las obras de Carmen durante su proceso de creación, por lo que la huella de Junquera es permanente en su obra, un mundo que ambas compartieron durante cuarenta y dos de los cincuenta años que perduró su relación. Además escribieron dos obras de teatro juntas.
Carmen murió en una residencia en 1996, también enferma de Alzheimer.
La relación epistolar entre Conde y Junquera, que abarca desde 1936 hasta 1978, está documentada en el Epistolario Carmen Conde – Amanda Junquera (Fran Garcerá, 2021). Este conjunto de 393 cartas ofrece una visión íntima de su vínculo y de cómo navegaban su relación en una sociedad que no aceptaba abiertamente su amor.
Aunque ya hay personas estudiando y manifestando su legado, hagamos que no vuelvan a caer en el olvido. En el Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver, en Cartagena (Murcia) se encargan de custodiar y divulgar la vida y obra de Conde y de su amor por las letras y por Amanda.
Por cierto, ¿sabes qué letra ocupó Carmen Conde en su sillón de la RAE?
La K de Katherine.