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Fanfic #Barcedes: Capítulo cuarto
¿De qué va?
Historia basada en la telenovela «Perdone nuestros pecados», ambientada en el Chile de finales de los 50. Mercedes y Bárbara han confesado su amor por la otra, pero Sofía Quiroga las ha visto en una situación comprometida y las ha amenazado con contar a todo Villa Ruiseñor su relación.
¿Quieres empezar desde el principio?
El rostro de Nicanor quedaba alumbrado tenuemente por la luz de la luna llena que entraba en el salón sin oposición. Estaba sentado en el sofá, casi tumbado. Se había quitado las gafas y el juego de sombras le acentuaba las ojeras bajo los ojos. Media botella de whisky se tambaleaba sobre la mesita de café.
Bárbara entró en el living y se asustó al ver aquella imagen.
–Nicanor, por Dios, ¡qué susto me diste!
–Lo siento, querida –respondió su marido, paladeando cada palabra con los restos de su whisky–. Me senté aquí a esperarte y se me hizo de noche.
Una vez prendió la luz de la lámpara, Bárbara fue hasta su marido y le quitó con delicadeza el vaso de la mano.
–Discúlpame. Estaba donde los Möller –dijo la mujer mientras se llevaba la botella de licor lejos del alcance de su marido.
–Ah, con la hermosa Mercedes, imagino –Nicanor entonó resabido el calificativo con el que su mujer se refería a su amiga más íntima–. No me gusta que vayas tanto con ella. Es una solterona.
–Nicanor, es mi amiga y estaré con ella siempre que me necesite –respondió Bárbara con impaciencia.
El comisario se puso por fin en pie para darle más ímpetu a sus palabras, pero se tambaleó y tuvo que apoyarse en su mujer para no caer.
–¿Y yo, Bárbara? ¿Dónde estás cuando yo te necesito? –logró decir. El alcohol le había adormecido la lengua y apenas podía vocalizar unas palabras legibles.
–¿Y cuando te necesito yo dónde estás? Sólo piensas en tu trabajo.
Bárbara quería desviar la atención de la conversación, pero no calculó bien hacia dónde los derivaría aquella nueva dirección. Nicanor se lanzó a ella y comenzó a besarla en el cuello. Bárbara notaba el rastro del whisky en su piel y apenas pudo reprimir el asco que le produjo.
–Vamos a tener un hijo –dijo el comisario de Villa Ruiseñor. No era un ruego, ni una petición. Ni siquiera una sugerencia.
–Ya lo hemos hablado, Nicanor. No es el momento –Bárbara luchaba por quitarse a su marido de encima, con escaso éxito.
–Nuestro matrimonio cayó en picado desde que llegamos a Villa Ruiseñor –se quejó Nicanor. Su cara estaba roja y sus ojos parecían salirse de las órbitas–. Reconozco que mi trabajo ha sido muy absorbente, pero reconoce que tú tampoco has sido la maravillosa esposa que eras. Venir aquí ha sido una maldición para mí.
Bárbara pensó que para ella había resultado ser una bendición. Villa Ruiseñor le había traído al amor de su vida, una mujer valiente que la había correspondido y que la amaba por encima de todas las cosas. Nicanor y Bárbara eran dos caras de una misma moneda que Dios había lanzado al aire, pero sólo una podía mostrarse al caer sobre el suelo polvoriento de las calles del pueblo.
–Por eso quiero formar una familia, quiero que vuelva la ilusión a nuestras vidas.
Nicanor contraatacó y se lanzó sobre su mujer, lo que obligó a Bárbara a dar unos pasos hacia atrás para evitar su envestida. Miró hacia atrás y apenas quedaba espacio entre su espalda y la pared.
–Pero Nicanor, no podemos tener hijos sólo porque seamos infelices. No haremos sino criar a niños más infelices todavía –argumentó Bárbara, pero su marido ya no la escuchaba.
La lengua del comisario paseaba por la clavícula de Bárbara. Empujó el cuerpo de su mujer hasta que lo detuvo la pared. Bárbara escondió la cara en el cuello de Nicanor para ahogar la rabia y el asco que estaba sintiendo. Cuanto más trataba de separarse de él, más fuerza ejercía su marido en sus carnes, por lo que desistió para sufrir lo menos posible. El miembro erecto del comisario entró en ella lo que le produjo un pésimo dolor en su sexo y en su alma. Le dio un puñetazo en el hombro, pero resultó ser como los arreos a los caballos para que corran más rápido.
Bárbara se refugió en Mercedes. Cerró los ojos y la imaginó dormida, soñando con ellas dos viviendo su amor libremente, tomadas de la mano, paseando por Villa Ruiseñor, por Santiago o por donde quisieran llevarlas los vientos del destino.
La respiración acelerada de Nicanor auguraba su final. Cuando salió de ella, Bárbara ya supo que había quedado en estado.
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