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Fanfic #Barcedes: Capítulo séptimo
¿De qué va?
Historia basada en la telenovela «Perdona nuestros pecados», ambientada en el Chile de finales de los 50. Mercedes y Bárbara han confesado su amor por la otra, pero Sofía Quiroga las ha visto en una situación comprometida y las ha amenazado con contar a todo Villa Ruiseñor su relación.¿Quieres empezar desde el principio?
La hoja de papel temblaba en las manos de Sofía. Donde esperaba encontrar un aprobado había un suspenso.
–Par de cochinas –dijo con la mirada ardiendo el papel.
Aquello la había contrariado. Mercedes y Bárbara no se habían dejado doblegar por su amenaza y a su mente llegaron como un eco las palabras de la directora cuando le exigió respeto, más que a ellas, a lo que representaban: la valentía de un par de mujeres luchadoras que habían conseguido que la generación de Sofía y sus compañeras pudiera ser más libre que la de Mechita Möller o su propia hermana, la María Elsa.
En casa, su padre leía la prensa plácidamente en el sofá del living. Sofía temió su reacción cuando le entregara las calificaciones. Se esperaba más de ella y no había alcanzado las expectativas. Todo por culpa de esas desviadas. A su padre le encantará saber que la mujer del comisario es la amante de la hija del alcalde de Villa Ruiseñor.
–Sofía, mijita, ¿te entregaron las calificaciones hoy?
Armando Quiroga se levantó del sofá y su figura hizo sombra a Sofía, que ya no recordaba cuándo fue la última vez que abrazó a su padre.
–No, papá –mintió la niña–. Quizá mañana, tras la representación teatral que llevamos preparando estos meses. Así no nos distraemos.
El hombre torció el bigote, pero no tenía motivos para sospechar de su pequeña.
¿Era normal sentir miedo de su propio padre? ¿Y si ella no deseaba el futuro que su progenitor esperaba de su hija? ¿A eso se refería Mechita con tenerle respeto por haber luchado para que las mujeres fueran un poco más libres?
–¿Todo bien, mijita? –preguntó el señor Quiroga, acariciándole la mejilla.
Sofía sacudió la cabeza para espantar aquellos pensamientos que la distraían de su verdadero objetivo, y comenzó a urdir su venganza. Ahí es donde la pequeña de los Quiroga, dulce antaño, sacaba todo el veneno que su padre le había transmitido sembrando el terror y la vendetta por todo Villa Ruiseñor.
–Sí, papá. Todo bien. Espero que estés en primera fila mañana para la representación de «La casa de Bernarda Alba».
–No me lo perdería por nada en el mundo –respondió su padre.
Sofía sonrió con malicia. Su papel de Bernarda iba a ser recordado por mucho tiempo en Villa Ruiseñor.
Mercedes Möller miraba su reloj de pulsera con nerviosismo. La sala se iba llenando poco a poco y, tras el telón, que no eran más que un par de alfombras desgastadas, veía cómo la gente entraba al teatro y se sentaban en las butacas.
–¡Qué bueno que nos hayan cedido la sala para la representación! –dijo Bárbara a su espalda. Recordó sus primeras citas con Mercedes, jugando con las manos por debajo de la butaca.
–Espero que las chicas no se pongan nerviosas. Esto no es la clase.
–Lo harán muy bien –La mujer del comisario echó un vistazo a su alrededor–. ¿Has visto a Sofía Quiroga?
Mercedes se volvió hacia ella y negó con la cabeza. Luego le acarició el vientre de manera disimulada.
–Quizá estás equivocada y no estás embarazada.
Bárbara ladeó la cabeza ante el comentario de su polola.
–¿Cómo ibas a saberlo? –insistió Mercedes–. Nunca has estado embarazada.
–Lo sé, pero me siento extraña…
La conversación se vio interrumpida por Sofía que saludó con fingido entusiasmo a sus profesoras.
–¿Estás preparada, Sofía? –preguntó Bárbara.
–Hay mucha gente –dijo la pequeña de los Quiroga.
–No pasa nada, lo harás bien –Mercedes quiso tranquilizarla, pero Sofía no estaba nerviosa sino más bien ansiosa porque llegara el momento.
Se fue a prepararse con sus compañeras. Se habían esmerado en conseguir un vestuario apropiado y algunos enseres para el decorado. Las niñas se cogían de las manos y gritaban entusiasmadas.
Las mujeres volvieron a mirar a través de la ranura del telón la gente que iba llegando.
–Ahí está Nicanor –dijo Bárbara.
–Vinieron la María Elsa y la Augusta. Y el padre Reynaldo –contaba Mercedes–. Mira, vino hasta el señor Quiroga.
–Y ahí está tu padre.
Los dos hombres se habían colocado uno a cada lado del pasillo central y se miraban desafiantes. Por su parte, el comisario Pereira, inquieto en su butaca, ojeaba a todos los lados, como si temiera que algo malo fuera a ocurrir.
Dos butacas en la parte central quedaban reservadas para las directoras de la obra. Mercedes y Bárbara salieron de las bambalinas y se sentaron allí.
–Es importante que aplaudamos al final para que el público nos siga y ovacione a las niñas –dijo Mercedes.
Los labios de las dos mujeres recitaron verso a verso todas las frases de la obra. Las chicas la estaban sacando con gran soltura y el público disfrutaba con respetuoso silencio de la representación.
–¡Silencio! –dijo Sofía a punto de finalizar la obra–. ¡A callar he dicho!
Sofía miró al público. Mercedes la instó a que continuara con el texto. Quedaban apenas un par de líneas y el éxito sería rotundo. Pero la Quiroga decidió sostener el silencio más tiempo de lo que habían ensayado. Miró a Mercedes y luego saltó a Bárbara. Todo el público la miraba expectante.
–Ahí tenemos a un par de desviadas –dijo señalando a Mercedes. Los asistentes se revolvieron en sus asientos–. Miradlas bien, porque parecen mujeres respetables, pero sólo son un par de cochinas.
–¡Sofía! –la reprendió Elsa, que se puso en pie–. ¡Calla ahora mismo!
La pequeña miró a su hermana confusa. ¿A qué venía aquella reprimenda?
Mercedes subió al escenario, pero no tardó en darse cuenta de que aquello no hacía sino dar más valor a las palabras de su alumna. Bárbara subió tras ella.
–Yo vi con mis propios ojos a la Mechita y a la Bárbara labio con labio en el despacho de la escuela.
El rumor se hacía cada vez más intenso, como las olas del mar instantes antes de comenzar la tormenta.
–Sofía Quiroga, te ordeno que guardes silencio ahora mismo –dijo Bárbara, pero la niña ya estaba desatada.
–Este par de desviadas están manchando el buen nombre de este pueblo y de Dios nuestro señor.
Algunas mujeres se santiguaron y miraron al padre Reynaldo como esperando que les absolviera de manera instantánea de aquel pecado del que eran testigos. El sacerdote miraba confuso la escena sin saber muy bien qué aportar.
–Señor Armando Quiroga –Ernesto Möller se puso en pie–, le ordeno que le diga a su hija que deje de levantar falso testimonio sobre la Meche ahora mismo.
Quiroga se rio en su asiento.
–Mi hija nunca miente. Sigue, Sofía –instó a su hija.
La joven, alentada por su padre, siguió con su relato.
–Se hablaban como enamoradas, se tomaban de las manos y se decían lo mucho que se amaban.
Mercedes y Bárbara no sabían dónde meterse salvo en los ojos de la otra. El horror se reflejaba en sus rostros y la imagen de su padre y su marido respectivamente subiendo al escenario para formar parte de aquel teatrillo no mejoraba su estado.
–Mercedes –susurró Bárbara.
Mercedes la miró y vio que le ofrecía su mano. Aun sabiendo que aquello las delataría definitivamente, no había otra cosa que quisieran hacer en aquel instante que sentir la piel de la otra. El mero contacto las aisló del alboroto en torno a ellas y las llevó a la cama de Mechita, desnudas bajo las sábanas, escuchando a Lucho Gatica de fondo. Aquel había sido el único lugar donde se habían sentido seguras en toda su vida.
La gente estaba tan alterada que apenas notaron el temblor bajo sus pies. Las tablas del escenario comenzaron a saltar. Sofía calló y las risas de Armando Quiroga cesaron. Sólo quedó el ruido de la tierra abriéndose. Hubo dos segundos de silencio y, de nuevo, el temblor. Las niñas corrían despavoridas por el escenario, esquivando las maderas que saltaban sin cesar. La gente se levantó de sus asientos, y los asientos saltaban del suelo. Comenzaron a caer cascotes del techo y el polvo hizo el aire irrespirable.
Una gran grieta partía el teatro por la mitad y avanzaba hacia el escenario.
–¡Vamos, Bárbara! –Nicanor tiró de su mujer para llevársela fuera de allí, pero se encontró con la oposición de esta.
Las mujeres seguían unidas de la mano.
–Bárbara –Los ojos de Mercedes estaban encharcados–. Bárbara, te amo.
–Yo también te amo, Mercedes.
Bárbara se zafó de su marido y abrazó a Mercedes. Se besaron entre el polvo, ajenas a la caída inminente del tejado.
–¿Confías en mí, Barbarita? –preguntó Mercedes. Sus ojos ya no reflejaban temor, sino esperanza.
–Claro que sí, hermosa mía.
–A la de tres salta conmigo.
–¿Saltar? ¿Adónde?
–De ningún modo vais a saltar –dijo el padre de Mercedes.
–Papá, sal de aquí. Tú puedes salvarte. Nosotras ya estamos condenadas.
Nicanor quiso llevarse de nuevo a su mujer, pero un cascote se le cruzó por el camino y le impidió avanzar.
–Bárbara, no hagas ninguna tontería, por favor –le rogó.
–A la de tres –dijo Mercedes–. Una, dos…
El comisario dio un paso hacia ellas con la intención de agarrar a Bárbara, pero esta dio un salto de fe agarrada a la mano de la mujer de su vida hacia la negrura de la grieta.
Durante la caída dejaron de sentir nada. De fondo, como un eco, les llegaba una dulce melodía.
No me platiques ya
Déjame imaginar
Que no existe el pasado
Y que nacimos el mismo instante
En que nos conocimos
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Qué! Nonono por favor! Que las chicas estén bien 🙁 Me encanta tu historia aunque me hagas sufrir jajaja pd. Odio a Sofía Quiroga