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#Mafin y la reparación de los relojes

Naces, creces, te enamoras en tu adolescencia, estudias una carrera, conoces a un buen hombre, te casas… Wait! Algo no me cuadra. Mi reloj está roto. No está siguiendo el segundero que me marca el ritmo heteropatriarcal.

Vivo en una temporalidad paralela. Mi propio ritmo, mis propios tiempos. Durante mucho tiempo pensé que era algo malo, algo que me haría infeliz toda la vida. Ahora sé que no, y que no soy la única.

Estoy enganchada a la historia de Marta y Fina (a.k.a. Mafin) en la serie de Antena 3 «Sueños de libertad». Y como yo unas cuantas más. Mujeres de diferentes edades que ven en esta pareja un espejo en el que reflejarse.

Ambientada en la España de 1958, ya intuimos que va a haber drama y nos van a hacer sufrir. Entonces, ¿por qué nos gustan tanto las historias lésbicas de época aunque sepamos que lo vamos a pasar fatal?

Yo tengo una teoría.

Si te fijas, la concepción de nuestro tiempo es lineal. Empezamos las frases con un sujeto y continuamos con el predicado. No me voy a enredar con esto, que es una movida, pero podéis ver “La llegada” que lo explican muy bien, y Amy Adams está maravillosa.

Esta concepción lineal impone también la manera en que debemos vivir nuestras vidas. Lo del reloj biológico y tal.

Hasta que llegamos las personas LGTBIQ+ y rompimos con todo.

La temporalidad queer desafía la noción tradicional de una línea temporal lineal y progresiva hacia un objetivo reproductivo que siga alimentando la rueda del capital. 

Ay, perdón, que me he puesto anarquista.

Como decía, en lugar de ver la historia como una progresión lineal hacia la igualdad y la aceptación, como personas queer sabemos que los avances pueden ser seguidos por retrocesos y que los mismos problemas pueden surgir una y otra vez en diferentes momentos históricos. Como un yo-yó en el que no sabes qué momento te va a tocar, si con la rueda en un puño bien cerrado o suelta y alegre vibrando en el aire. Ahora, por ejemplo, el yo-yó se está recogiendo, nuestros derechos se están viendo amenazados. Vemos en el pasado que nos muestra Mafin cómo podría ser nuestro futuro.

Sin embargo, este “eterno retorno” ahora ya no parte de cero, sino de algo ya construido, ya vivido, aunque sea en la ficción. Hay un rastro, una prueba testimonial, un “aquí se quisieron Marta y Fina”

Una ficción que, como mujeres lesbianas, vivimos con una intensidad real. Hablamos con las actrices en redes sociales, amplificamos la historia, la sacamos del decorado. Con las redes sociales, con la conversación en torno a #Mafin, la historia sigue más allá de lo acotado en el guión. Los memes, los gifs, las reacciones, las películas que nos montamos, vaya, eso es real. Eso se queda con nosotras, como lo hicimos con Barcedes, Luimelia o Aurelia.

Y ahora también se queda grabado para futuras generaciones.

Sabemos que habrá drama, porque en esa época las relaciones homosexuales están prohibidas. Pero también habrá reparación por todas esas mujeres que vivieron un amor lésbico en tiempos prohibidos. 

Lejos de quedarnos con esa idea de que, cuidado, esto puede volver (el aumento de homofobia, la vuelta de la extrema derecha al poder), debemos quedarnos con la idea de que, aunque prohibían las relaciones entre personas del mismo sexo siempre estaremos ahí, porque siempre estuvimos ahí

Al miedo se le combate con cariño y muchos besos, sí, pero también con historias en positivo, como la que nos están regalando Marta y Fina.

—Pero A. M., Marta y Fina no pueden tener un final feliz. No sería realista

—¿Y tú qué sabes? ¿Cómo sabes que no hubo finales felices entre las Martas y Finas del pasado? No lo viste, no lo oíste; no dejaron apenas rastro. Estas historias están ocultas por la vergüenza en la genealogía de miles de familias, pero no significa que no existieran. 

Es el momento de visibilizar estas historias de nuestro pasado para que la cuerda del yo-yó no vuelva a recogerse.

Y también para saber que aunque nuestro reloj no marque el ritmo que nos imponen, no significa que esté roto, sino que tiene otro uso temporal. Y está bien.

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